No podríamos, después de la entrada de ayer, dejar sin espacio a la madrileña de San Blas, que protagoniza la portada de lecturas con la cara hinchada, no se sabe si por el bótox, la medicación o el Orinoco de Monedero fluyendo de sus órbitas, fruto del llanto que provoca en ella el desamor. Separación amistosa de su pareja, novio o lo que sea, por un asuntillo de fidelidad de la entrepierna, o sea. El carácter pacífico de la ruptura puede trocarse por obra y gracia de las exclusivas, en la comidilla de la sobremesa que engullirá los dardos envenenados que se lancen los contendientes con la misma frivolidad con que antes se embutieron el cocido, que la cosa no está para excesos. Menos para personajes como la Esteban que tampoco tienen reparos en vender el alma, y el cuerpo si la cosa se tercia, al mejor postor en la adquisición de casquería. Ahora solo faltaba que nos escribiese un libro con la historia de su desgraciado amor y la lucha a brazo partido para sacar adelante a Andreíta que debe seguir sin querer comerse el dichoso pollo. Tampoco me extraña.