Rodada en los últimos años de la etapa dorada del cine negro, Más dura será la caída (1956) supone el último coletazo vital del icono por excelencia de un género que, como el western, vislumbraba su cénit en el horizonte y, precipitándolo con su fallecimiento un año después del estreno, dejó a La Meca del cine huérfana de su gran mito, Humphrey Bogart.A pesar de lo que en un principio pudiera parecer, no resulta novedoso encontrarnos una película "negra" con una trama ambientada en el mundo del boxeo pues, el mismo director, Mark Robson, penetró en el género sumando la misma temática pugilística con la historia de otro juguete manipulado por las mafias, esta vez interpretado por Kirk Douglas en El ídolo de barro (1949).Sin embargo, más que falta de originalidad, podríamos decir que se trata de una vuelta de tuerca cuyo resultado es una denuncia abierta que, si la ubicamos en el subgénero de "películas de boxeo", podríamos decir que rechaza ser una película de acción sin más, o una película de boxeo que se vanagloria de los mitos de un deporte en el que abundan más, si cabe, las miserias humanas. Esta denuncia, ataca directamente a la raíz del problema, las mafias que controlan el deporte y lo tienen convertido en un circo (excelente la alegoría de la caravana de Toro Moreno, el triste púgil manipulado, acompañada por una música de lo más circense), asegurando que el boxeo, la eterna lucha interpares ha perdido su esencia, sus valores, pasando a ser un mero negocio, fábrica de hércules de plastilina de usar y tirar que no interesan a nadie, en la que los managers, entrenadores u ojeadores, a través de la farsa y el amaño, elevan al olimpo o empujan al infierno al boxeador en función de lo abultado que quede su bolsillo.Además, se agradece la presencia en la película de héroes de este deporte como Max Baer o J.J. Walcott, lo cual dice mucho de la veracidad de la historia y, encima, ambos están fenomenal. Desde luego, Bogart no pudo decir adiós de mejor manera.