Esa Historia que siempre ilumina el futuro con sus enseñanzas nos demuestra una y otra vez que nada es tan peligroso como el Estado y que ese es el peor invento del ser humano a lo largo y ancho de los tiempos, a juzgar por los desmanes y estragos que ha causado y por los millones de cadáveres que ha esparcido por la Tierra.
Si un ciudadano español analiza el balance real del Estado en la Historia reciente de su país, descubrirá con sorpresa que casi todos los males y dramas proceden de ese Estado, creado precisamente para solucionar los problemas y facilitar la convivencia y la felicidad de los ciudadanos. Son obra del Estado la injusticia reinante, los impuestos abusivos, el endeudamiento feroz de la economía, el cierre de cientos de miles de empresas agobiadas por los impuestos y la burocracia, el desempleo de millones de ciudadanos, la pobreza creciente, el despilfarro de los políticos, la corrupción política e institucional, la desigualdad ante la ley y decenas de dramas y estragos mas, sin olvidar que el Estado tiene las manos manchadas de sangre por fusilamientos, guerras, venganzas y abusos de poder extremos.
El Estado, siempre que ha poseído un poder sin control, se ha convertido en padre de la violencia, de la guerra, de las limpiezas étnicas, de la esclavitud y de la muerte. Todas las grandes y mas sangrientas tiranías de la Historia han tenido por denominador común la existencia de un Estado poderoso.
La democracia es un sistema que nació precisamente para maniatar al Estado y someterlo siempre a controles invencibles. El Estado Democrático estaba preso en una red de leyes, cautelas, frenos, competencias, vigilancias y contrapesos. Los grandes poderes (Ejecutivo, Judicial y Legislativo) funcionaban en independencia y marcándose mutuamente; los partido competían entre si y se vigilaban; los ciudadanos, al participar en la política, vigilaban y controlaban al poder para que no se desmadrara; la sociedad civil, funcionando en la independencia, servía como contrapeso al poder; las elecciones, al ser libres y poder el ciudadano elegir a quien quisiera como su representante, era otro límite al poder...
Pero los políticos han traicionado la democracia y han hecho saltar los controles, frenos, contrapesos y cautelas por los aires. La democracia actual, sin suficientes medidas eficaces, ya no controla al Estado, que se ha vuelto injusto, sometido al poder, corrupto y contrario al ciudadano, que debería ser su "soberano" y es cada día mas su "esclavo".
España se encuentra en una terrible encrucijada porque ya no cree en su clase dirigente y ha aprendido a odiar a los políticos porque ellos han caído en brazos de los peores vicios, desde la corrupción a la mentira, desde la cobardía al abuso de poder, sin olvidar la injusticia y la codicia como conductas habituales.
Esa situación caótica y llena de desesperanza es el caldo de cultivo óptimo para que aparezcan los profetas y amigos del Estado fuerte, los que propagan con éxito de público la idea de un Estado empresario, que crea puestos de trabajo y nacionaliza empresas; un Estado asistencialista, redistribuidor de riquezas, que paga pensiones de subsistencia a todos por el mero hecho de vivir en el país; un Estado colectivista, que antepone la ciudadanía al ciudadano y lo colectivo al individuo; un Estado planificador, que todo lo sabe, que conoce el presente y es capaz de prever el futuro; un Estado que se defiende y aplasta con la policía y los opacos servicios de seguridad; un Estado castigador, que utiliza la guillotina sin pudor; un Estado enloquecido y estúpido, que no cree en el ahorro, que desprecia la austeridad y que cree que la riqueza se consigue trabajando menos, que la prosperidad se logra gastando y que el dinero nunca se acaba si se pide prestado al mercado.
Ese Estado monstruo es el que está amenazando en estos días a la España atribulada, un país que sólo se salvará si aplica la receta adecuada y única posible: limpiar la política de ladrones y delincuentes y apostar por una democracia auténtica, donde los controles, frenos, cautelas y contrapesos sean fuertes e invencibles y así el Estado esté al servicio del ciudadano y no al revés.