Ya sé que la escena se presta a creer que estamos ante la alfombra roja de Cannes o Hollywood, con su glamuroso pase de estrellas y el fogonazo impenitente de los fotógrafos, inmortalizando el paseíllo de directores, actrices, actores y demás protagonistas del movie system. A no ser por el hecho evidente de conocer la identidad de la señora de la foto, el ojo sería fácilmente engañado por la pirotecnia mediática que rodea a este tipo de actos políticos. No es para menos; se congrega en Bruselas la plana mayor de gobernantes europeos, incluido Cameron (para asegurarse de que no le dañan la libra). Al parecer se reúnen por enésima vez (y las que les quedan) para dirimir el futuro del euro, es decir, nuestro bolsillo. Su reto es tomar decisiones rápidas acerca de la viabilidad de seguir asumiendo la deuda de los miembros más débiles y si Berlusconi se dejará aconsejar por la canciller, sin sacar de su boca las procaces declaraciones que preceden su fama de necio.
La canciller alemana ha elegido un azul europeo, sobrio, aterciopelado, que la dota de un equilibrio medido, entre seriedad y calidez, acorde con el tono que promete la charla: expeditivo, pero dentro de una fricción sostenible. Merkel pinta favorita en todas las encuestas para el Oscar a la mejor película de no ficción, pese a tener en su contra un euroescepticismo creciente y el miedo que atenaza al resto de países. Alguien debe marcar la batuta de la agenda europea y esa es sin lugar a dudas la señora Merkel. Quizá le falte liderazgo, pero su compromiso constante por mantener el sueño de una Europa unida ante la adversidad es el único eslogan sólido que hasta ahora aventura algún tipo de esperanza en este vals de reuniones internacionales.
Europa debe sobrevivir; de lo contrario, quedaremos a merced de las nuevas fuerzas productivas que auguran copar en unas décadas el mercado mundial. Europa debe hacerse fuerte, tenaz en su determinación de unir criterios escasos, pero firmes, hacia un sistema económico que haga compatible la competitividad a través de nuevos modelos de negocio y la sostenibilidad ética de sus políticas sociales. Europa tiene el reto moral de seguir siendo la alternativa a un neoliberalismo que impide un equilibrio social allí en donde instala su lógica predadora. Mal que nos pese, Europa es la solución, la única solución, y Merkel su estrella rutilante. Pero no va a ser fácil; frente al discurso global de la Europa unida, crecerá el escepticismo de la ciudadanía, que no entenderá -quizá porque las explicaciones no son las idóneas- por qué dar su visto bueno a decisiones que toman personas ajenas a su feligresía. Europa será para el ciudadano ángel y demonio; la incertidumbre la pagarán los gobiernos, que tendrán que admitir que hacen lo correcto sin ser entendidos. Las ligas superiores se juegan en Europa, mientras en casa se regatea el día a día al son de las decisiones de Bruselas. Esto es lo que hay, esto es lo que habrá. Europa es un acto de fe, como lo será acudir el 20-N al reclamo de las urnas.
Ramón Besonías Román