Su espalda semidesnuda mostraba cicatrices ya curadas de los recientes encuentros con animales a los que dio muerte. Los enfrentamientos cuerpo a cuerpo eran exiguos; su avanzada tecnología a base de propulsores y azagayas le permitían posicionarse a una distancia prudente y con una precisión de tiro infalible. La caza no sólo era un medio de vida para la supervivencia, cazar vinculaba al hombre o a la mujer con el palpitar de la naturaleza. Una continua reciprocidad en la que no existía ganadores y vencidos, sino un prorrateo de los recursos para que cada organismo vivo pudiera ser altamente beneficiado. Su sempiterna sonrisa mostraba la satisfacción de un hombre triunfante frente a los rescoldos incandescentes que reunían al grupo y a su familia. No tuvo que elegir su modo de vida, porque no existía una alternativa a ésta. Asumía con regocijo su sino, igual que lo aceptaba cualquier otro animal, como una singularidad más de la especie.
El último cazador del Cuaternario examinó el horizonte, atesorando los reflejos y colores que la luz del sol estampaba sobre el cielo. No presentía aún el desastre, esa gran ruptura que iba a producirse cuando lejanas y futuras generaciones sentenciasen, sin saberlo, su existencia. Aún reinaba lo salvaje sobre lo domado, aún podía declamar al cielo que él sí era un hombre libre.
TANIA DE SOUSA
Nuevo relato de Tania de Sousa (puedes leer otro aquí), con ilustración del artista finlandés Tom Björklund.