Por Ana María Constaín
Estoy por creer que el internet y los libros deberían estar
prohibidos en el embarazo y postparto.
Al menos para mí.
Nada más desalentador que leer un artículo que demuestra
científicamente que los niños alimentados con leche materna tienen CI mas
altos, justo el día que elegí desde el lugar más sano que pude, dejar de
amamantar. O que la falta de teta produce fijación oral, y por lo tanto
adicciones y otros tantos males.
Mi historial de internet esta repleto de páginas de crianza,
lactancia, sueño, alimentación, bebésde
las ciencias y las humanidades que nos permiten e despierta cada hora. r, que a veces me gusta llamar Dios.
sos y nos morim
y mi biblioteca parece una librería de Crianza y Psicología Infantil.
Si, por mi trabajo, digo yo. Pero la verdad es que estoy
obsesionada con el tema. Porque soy de esas personas a las que les gusta
entender las cosas. Tenerlas bajo control. Saber que si hago A entonces
sucederá B. De lo contrario quedo inmersa en vacío insoportable, sin sentido,
caótico, incomprensible:
El mundo de la crianza.
El problema es que por estar metida entre toda esa teoría,
dejo de ver lo que está frente a mis ojos. Dejo de escucharme, de sentirme. Me
desconecto de mi instinto. Me olvido de mi cuerpo. Ignoro mis emociones.
Me convenzo de que el conocimiento está allí afuera. Que un
estudio científico tiene más valor que mi vivencia real, con mi bebé en brazos.
Sé que no estoy sola en esta locura.
Ahí estamos muchos, buscando la manera correcta para hacer
niños felices, sanos, inteligentes, seguros de sí mismos. Implorando que
alguien nos enseñe que hacer para ser buenas madres y buenos padres. Y
delegamos toda nuestra sabiduría al conocimiento intelectual. A los expertos de
títulos importantes. A lo que está científicamente comprobado. A lo que validan
instituciones reconocidas.
Quedamos perdidos, confundidos, porque el niño real, la mamá real, el papá
real, la vida real, no responden a una teoría cambiante y contradictoria. Nuestros
esfuerzos son en vano. Seguimos las instrucciones al pie de la letra, y
obtenemos resultados inesperados.
Es pan de todos los días. Queremos cargar a nuestros hijos día
y noche para favorecer el apego, y nos duele insoportablemente la espalda.
Queremos que nuestro hijo sea vegetariano, y resulta alérgico a la soya.
Queremos que sea independiente y no quiere despegarse de nuestras faldas.
Soñamos con ser una madre en casa, y nos damos cuenta que morimos por trabajar.
O queremos ser trabajadores exitosos y dejamos nuestro corazón cada mañana en
casa. Anhelamos pasar una noche de sueño y nuestro hijo se despierta cada hora.
Llevamos a nuestros bebés a estimulación y caminan más tarde que todos los
niños que conocemos. Dejamos el azúcar en el embarazo, nos da diabetes gestacional.
Ponemos música clásica y nuestro hijo es el que muerde a todos en clase.
Nos frustramos, Constantemente.
Nuestros hijos no dejan de demostrarnos que el ser humano es
un misterio, el universo inmenso y no existe la manera en que nuestra mente
pueda comprenderlo todo. La realidad escapa de nuestras verdades. Invalida
nuestras hipótesis. Burla nuestras planes. Frustra nuestras expectativas.
La crianza no responde al método científico. Nuestros hijos
nos replantean todos los días el significado de éxito. Cambian nuestros
meticulosas estrategias. Nos desarman nuestras más sólidas verdades. Desmienten
las más prestigiosas teorías.
No es que no valore toda la información que está hoy en día
en nuestras manos. Ni todos los avances de las ciencias y las humanidades. Solo
creo que la sobrevaloramos. Creemos que arrojando datos enseñaremos a la
humanidad a ser mejores padres y haremos una mejor sociedad. Pero hoy más que nunca dudo que por explicar
que está mal agredir a los hijos y mostrar todos los estudios que lo
demuestran, disminuya la violencia familiar.
O insistiendo en los beneficios del juego, más padres dediquen sus
tardes a entrar en el mundo fantasioso de sus pequeños. Quizá algo ayude.
Pero me parece que todos sabemos cómo ser padres, y qué es
lo que necesitan nuestros hijos. Solo que hemos olvidado como acceder a esa
sabiduría. Nos hemos desconectado de nosotros mismos. Nos hemos puesto tantas
capas encima para protegernos y ahora somos incapaces de reconocer nuestras
emociones. Tenemos tanto ruido mental que no podemos escuchar nuestras propias
respuestas.
Así que sí. Para mi debería estar prohibida cualquier fuente
de información intelectual. Para así permitirme estar. Aquí y ahora. Aceptar lo
que el presente me trae cada día. Y finalmente confiar en la sabiduría que
tengo y que se despliega cuando puedo aquietarme y permitirme conectarme con
mis hijas, conmigo misma y con esa fuente superior, que a veces me gusta llamar
Dios.
¿Más información, mejor crianza?
Publicado el 17 marzo 2013 por Ana Maria Constain Rueda @amconstainTambién podría interesarte :