Dice también en su defensa el Gobierno que los eSports deben considerarse una modalidad deportiva más, aunque lo único que puede llegar a sudar durante su práctica sean los dedos gordos de las manos. Para tranquilidad general promete que el proceso estará acompañado y supervisado muy de cerca por docentes y padres, los primeros que arrugaron la nariz cuando la Consejería de Educación anunció la iniciativa. Ya puestos, me permito sugerir que se incluyan también en las actividades deportivas escolares algunas competiciones de Whatsapp y subida de fotos a Instagram, dos entretenimientos a las que los chicos también dedican sus buenos ratos diarios y que, de acuerdo con los argumentos de la Consejería, deberían recibir el mismo trato de favor que los eSports.
No sé, a mí todo esto me parece muy extraño: no entiendo el empeño digno de mejor causa del Gobierno en continuar adelante con un proyecto del que recelan padres, profesores, partidos, pedagogos, pediatras y expertos en educación física. El decidido y tenaz apoyo a la idea por parte de un determinado medio de comunicación privado no es algo que me tranquilice precisamente, sino todo lo contrario. Me preocupa y me parecería reprobable - y así lo digo abiertamente - que lo que se pretenda sea sencillamente meter el caballo de Troya en las aulas disfrazado con seudoargumentos pedagógicos y sociológicos que no convencen más que a quienes están detrás de la idea.
Puede ser también que tanto a mí como a otras muchas personas que desconfiamos de este plan, nos falten los conocimientos de los videojuegos que sí parece atesorar el presidente del Gobierno, no digo yo que no. Tal vez sea eso, junto al convencimiento de que la escuela tiene metas y objetivos mucho más elevados y trascendentales que cumplir, lo que impide a ignorantes como yo aplaudir la idea y cantar sus alabanzas. Yo solo hablo por mí y por mi experiencia: hice mis primeros palotes en una escuela pública de pueblo en cuya biblioteca no había más de veinte libros; cuando aprendí a leer los devoré casi todos en menos de un curso gracias al estímulo de unos inolvidables profesores. Admito que sigo siendo un ignorante, pero no cambiaría el gozo que me produjeron las novelas de Julio Verne que leí en esa escuela por todos los videojuegos del mundo.
¿Qué tal si fomentamos más la lectura en las aulas y dejamos en paz a los marcianitos? A lo mejor, andando el tiempo, seríamos un poco más cultos, estaríamos mejor formados para encontrar un empleo y no sería tan sencillo engañarnos con baratijas. Aunque igual el equivocado soy yo y el futuro de las nuevas generaciones de canarios pasa por aprender a matar marcianitos con eficiencia y eficacia y jugar virtualmente al fútbol mejor que Ronaldo. Seguramente va a ser eso.