Llega el mes de diciembre: tiempos festivos, en los que todos pensamos en la familia, en las fiestas, en las vacaciones, en renos que vuelan y duendecillos que fabrican regalos para una especie de Marx del poscapitalismo los reparta a todos los niños buenos del mundo, en chocolate caliente y panetón, en mañanas de playa y tardes de chelas con los amigos... y claro, este año, también en algo más, por cortesía de ese pilar de la humanidad que es Playboy: el tan comentado, cuestionado y (vamos, que todo hay que decirlo, y no tiene sentido negarlo) esperado desnudo de Lindsey Lohan, que pasó de niña traviesa pero dulce a adolescente complicada en muy pocos años (y en películas igualmente malas), y de ahí hasta encarnar la clásica tragedia post-princesa de Disney, cuando se acaban los sueños dorados de Mickey Mouse y empieza la vida con todos sus santos terrores. Pues bien, aquí tenemos a Lindsey como nunca la hemos visto pero siempre la hemos soñado. Sí, sí... más allá de lo mucho que su cuerpo y su belleza hayan tenido que sufrir con tantos años de desgaste a cuestas, así sea por lo que alguna vez fue, por eso que trata de demostrarnos que sigue siendo: la chica a la que todos podemos (o debemos) desear. De ahí el look Marylin, la estética retro, el contraste de colores fuertes de las fotografías. Lo que tenemos aquí es una invitación a algo que quiere estar un poco más acá que la realidad misma: una Lindsey Lohan que evoca el ensueño, no el escándalo. Si lo logra o no, ya es harina de otro costal. No tengo idea de si ha pasado mucho photoshop por estas imágenes o no, pero mal del todo no están. Ni ella tampoco. ¿Gajes de la posmodernidad? Ni la menor idea... son las cinco y media de la mañana, y ya no me queda mucho cerebro que exprimir. Mejor dejo que cada cual saque sus propias conclusiones. (Para ver las demás imágenes que se han difundido, entren a la siempre iluminadora Orgasmatrix).