Últimamente reflexiono en cosas que no tienen respuesta o no tienen una sola respuesta, o tal vez, tienen más de una respuesta, pero yo no lo sé. En fin, una de esas cosas son: las palabras.
Las palabras encierran un elemento mágico y desconocido. Hay un poder que pasa desapercibido en ellas y que es mucho más potente que las armas creadas por el ser humano. Por ejemplo, si pensamos en las grandes guerras que se han librado en el siglo XX, todas ellas tuvieron que ser antecedidas por discursos, estrategias y planificaciones que salieron de mentes, pero que, al final, terminaron transformadas en palabra, ya fuese ésta escrita o dicha y, lo que es peor, se convirtieron en órdenes de matar o destruir. He ahí el poder de las palabras como elemento gatillante de acciones u órdenes que tuvieron resultados nefastos. Las palabras precedieron las balas y las invasiones.
Ahora bien, las palabras no siempre son utilizadas para causar daño. Siempre escucho hablar del poder de los libros; de su magia y misterio. Sin embargo, si lo pensamos bien, el libro en sí no sería más que un cofre de tesoros esperando por ser abierto, o también, el barco de las palabras que espera por zarpar ante cada nuevo lector. El libro, bajo esta apreciación, no sería en realidad lo mágico, sino que la combinación de palabras contenidas en sus páginas; todas ellas, por cierto, encausadas por un autor, y dotadas de su poder e imaginación. Se podría decir entonces, tal vez, que las palabras en realidad cumplirían la función de piedra filosofal para los autores, solo que en vez de transformar en oro los pensamientos o ideas -si lo viéramos desde el punto de vista mineral- en realidad, transformarían todo eso, más los sueños, locuras y deseos de los autores, en páginas cubiertas de palabras de más valor que el mismísimo oro. En ese sentido, el libro podría ser considerado también una veta de la cual escavar las palabras, su riqueza y magia, sin embargo, el verdadero poder transformador seguiría recayendo en las palabras como concepto. En este caso, las palabras servirían a una función constructora de sueños, fantasías e ilusiones. La magia de los libros, en realidad, sería la magia de las palabras dotadas de poder.
Las palabras también esconden otro misterio y es lo que provocan en los receptores. Durante miles de años las palabras han sido el vehículo y transporte de historias en las culturas, y entre culturas también. Los antiguos pueblos se caracterizaban por poseer verdaderos contadores de historias entre los suyos ante la ausencia de libros o textos en los cuales preservar sus relatos. El resultado de la práctica de escuchar a los contadores de historia repercutía en el alto grado de conocimiento que tenían los pueblos de sus raíces, tradiciones e historia. Pero no solo eso, sino que también, el traspaso de historias de una generación a otra mediante el uso de las palabras, era capaz de moldear toda una visión de mundo y del universo desde sus propias vivencias. ¡Qué increíble el poder de las palabras como para llegar a influenciar tanto a las culturas! Pues si redujéramos las historias, leyendas o cuentos a lo más mínimo, por ejemplo, viendo a la palabra solo como una unidad compuesta de letras, nos daríamos cuenta que son solo eso: palabras acompañadas de otras palabras, ni más ni menos.
Ahora bien, como ya he dicho, las palabras son mucho más que simples palabras o unidades dentro de un texto; desde mi visión, ellas encierran poder y magia, y es eso lo misterioso de ellas: el poder que pueden llegar a alcanzar en los seres humanos estas estructuras, aparentemente, solo de letras.
Es por ello que como para mí las palabras son mucho más que cadenas de letras: son mágicas. Me es imposible no imaginar a los autores como magos de sombreros en punta tocando con sus varitas cada palabra que arrojan al papel, o que pronuncian en público. Imaginarlos haciendo que cada palabra flote y lance chispas brillantes y multicolores a su alrededor. El poder de lograr que estas mismas palabras hagan a cada uno de ustedes imaginar esa imagen, ya habla por sí mismo del poder de las palabras. O también, imagino palabras, que al igual que los átomos, unen no solo los elementos físicos, sino que las personas, sus historias y pensamientos. Imagino palabras saliendo de las cabezas y corazones; algunas llegan solo a las cabezas, otras, solo a los corazones.
Pero en fin, ya sean magos o simples autores los que lancen palabras al papel, al aire, al cerebro o a los corazones, las palabras seguirán brillando y tendrán más valor que el oro en la mente y las manos de quienes las escarben y encuentren entre páginas, libros, sonidos o canciones, y más importante aún, les reserven un espacio en los cofres de sus alma.
Por Pablo Mirlo