Más sobre la prueba de Dios

Por Daniel Vicente Carrillo


No tiene sentido afirmar que quizá el universo es necesario. Si lo es, ha de serlo por razones a la vista; no puede asumirse sin más ni dudarse al respecto. Y la única razón para que podamos considerarlo necesario es que resulte imposible pensar en otro universo como existente en su lugar, o en éste y cualquier otro como inexistentes, cosa que a todas luces no sucede. Si yo digo "Es necesario que DV sea el más listo", estoy diciendo que carece de lógica conjugar siquiera como mera posibilidad a alguien más listo que DV; pues, de no ser así, me habría bastado con afirmar que DV es el más listo actualmente.
Por tanto, si algo puede negarse mediante análoga operación mental, nos hallamos ante un objeto contingente y no necesario, o lo que es lo mismo: superfluo, dependiente, casual, perecedero. Y todo ello sin considerar la complejidad o inmensidad de dicho objeto, que en nada afectan a esta conclusión.
Acostumbrados a la realidad, la creemos necesaria. Tendemos a pensar al estilo materialista, esto es, de forma imaginativa. Ciertamente es imposible imaginar la inexistencia del universo o la de una simple manzana, pues el vacío carece de representación visual, pero es por completo posible el concebirla. Ergo, el universo es tan contingente como las manzanas.
Lo necesario es aquello de cuya no existencia se sigue una contradicción. Del hecho de que el universo sea contingente y no haya Dios se sigue la contradicción de que el universo i) se cree a sí mismo, o ii) sea creado sin creador. Por tanto, hay Dios.
La necesidad de Dios se prueba por el argumento de la contingencia, que es metafísico, mientras que el universo sólo nos permite argumentos físicos. Postular que algo físico es lógicamente necesario implica un salto ontológico injustificable. ¿Qué características susceptibles de ser observadas ha de tener un objeto para ser necesario? Acaso alguien sepa contestarlo.
Algo es necesario o contingente no por sus características mensurables o por su inteligibilidad, sino por su relación con el todo.
El teísta hace bien no dando por bueno que algo contingente haya existido y vaya a existir siempre, por más que no podamos ver más allá de ese objeto y lo consideremos único o uni-verso. Esta excepcionalidad metafísica va contra la propia definición de contingente y resulta en extremo sospechosa. Puede que de hecho suceda que X sea eterno, sin darse ninguna necesidad de que ocurra así. Pero la pregunta es la misma: ¿En base a qué se produciría un fenómeno tal, ya que no en base a sí mismo?
Cuando te pregunto si el universo es necesario, sólo cabe una respuesta afirmativa o negativa. Si es afirmativa, debes compaginar la definición de necesario con la de este universo. Si es negativa, debes buscar una razón por la que el universo sea de este modo y no de otro, razón que no puede estar en el universo mismo. Aunque no sepas por cuál de las dos posibilidades optar, eres consciente de que no hay otras. Y si entiendes el término necesario igual que yo, a saber, como lo que posee en sí su propia razón de ser y sus modos de ser, en exclusión de todos los demás, te sentirás inclinado a admitir que nada hay en el universo que no pueda ser de otra manera.
El ateo se ve obligado a negar a Dios al tiempo que fabula un alma inmutable del universo que es completamente extraña a la pluralidad y cambio que contemplan nuestros sentidos. El mismo filósofo que por afán reduccionista no cree en las substancias debe creer ahora en la substancia de substancias, identificándola con la materia para colmo de los ridículos y fingiendo que algo contingente pueda ser substancia de sí.