No me gusta el concurso de referencia.
En principio puede no parecer una mala idea esta suerte de oportunidad para futuros profesionales, algo así como la antigua “Gran Ocasión” o la reciente “Operación Triunfo”, esta última con clara vocación docente. Cantar no es como cocinar; es bonito, pero no necesario, al fin y al cabo, la pitanza es imprescindible para nuestro frágil cuerpo al que se aconseja alimentar dos o tres veces diarias por lo menos. Un cantante puede hacerlo bien o mal, con mejor o peor gusto y siempre según los críticos. Un cocinero tiene como máxima aspiración, no estropear los alimentos que recibe. Nada más. Poco arreglo es necesario a un buen mero, una excelente lubina o un bife de angus. No es menos cierto que se puede someter a estos animales, afortunadamente ya sacrificados, a un suplicio post mortem, en aras de la “explosión de sabores”, a uno, ya metido en años, le resulta extremadamente violento esce concepto y aspira a que el mero sepa a mero y la carne a carne. Reconozco la originalidad de añadir pil pil de piquillo a un milhojas, pero no es lo mío, de verdad. Educar a los futuros cocineros en alimentar escasamente a sus comensales a cambio de ofrecerles una experiencia gastronómica, sigue sin agradarme demasiado: Comer es, ante todo, una necesidad, y lo primero es satisfacerla. Lo segundo hacerlo con placer. Y varios puestos más atrás, están esta clase de experimentos, que, como decía un buen amigo mío, con gaseosa.