El bombardeo de Dresde es uno de los asuntos más controvertidos de la Segunda Guerra Mundial. Durante años, los Aliados se emplearon con saña contra las ciudades alemanas, destruyendo casi por completo algunas de ellas (no hay más que recordar la ofensiva aérea contra Hamburgo a mitad del año 1943, la primera tormenta de fuego). Hasta febrero de 1945 Dresde, la llamada Florencia del Elba, no había sufrido ningún ataque de importancia, había sido declarada ciudad abierta y sus habitantes esperaban llegar al final de la guerra con su ciudad prácticamente intacta. Pensaban que lo merecía, debido a su fabuloso patrimonio arquitectónico y artístico. Pero eso no eran más que ilusiones. La noche del 13 de febrero comenzó uno de los bombardeos más terroríficos de la contienda, que se ensañó con el centro histórico de Dresde, provocando numerosos incendios que fueron alimentándose en sucesivas oleadas de ataques, hasta provocar una tormenta de fuego que derritió todo a su paso, incluidos los ciudadanos que se escondían en unos refugios antiaéreos que se convirtieron en auténticos hornos.
Cuando todo terminó, de lo que era una de las más hermosas urbes de Europa no quedaron más que esqueletos de edificios, cenizas y montañas de cadáveres, un paisaje lunar que Vonnegut - que tuvo la fortuna de ser protegido junto a un grupo de prisioneros americanos en un refugio un poco mejor en el Matadero de Dresde - pudo contemplar fascinado y horrorizado al mismo tiempo. En su ocaso, los nazis aprovecharon la devastación de la ciudad para denunciar los bombardeos terroristas de los Aliados y entre estos últimos muchas voces se alzaron contra la barbarie de los ataques aéreos contra ciudades ya prácticamente indefensas. En esa época y hasta bastante tiempo después se calcularon las cifras de fallecidos en cientos de miles. En la actualidad se han realizado estimaciones más racionales y se ha llegado a la conclusión de que fueron unas treinta mil las muertes, lo cual no disminuye un ápice la atrocidad del ataque.
El escritor de Indianápolis recoge las palabras - reales o ficticias - que dirigió a su editor acerca de su percepción del asunto:
"Mira Sam, si este libro es tan corto, confuso y discutible, es porque no hay nada inteligente que decir sobre una matanza. Después de una carnicería sólo queda gente muerta que nada dice ni nada desea; todo queda silencioso para siempre. Solamente los pájaros cantan."
Pero, como he dicho, Matadero Cinco aprovecha las experiencias bélicas del autor para escribir una novela muy distinta a la que podría esperar un lector conocedor de tan terrible episodio histórico. En realidad la narración es la biografía fragmentada de su protagonista, incluyendo episodios de su infancia, de su adolescencia, la Segunda Guerra Mundial, su boda y su rapto por seres del planeta Tralfamadore, lo que le dota a la novela de un toque de ciencia ficción lisérgica muy propio de la época en la que fue escrita. Como es habitual en estos casos (a finales de los años sesenta estaba muy de moda el tema Ovni y una de sus derivaciones, las abducciones), la víctima describe a unos seres dotados de una tecnología imposible e intenta difundir su experiencia por todos los medios a su alcance. En esta ocasión el mensaje de los extraterrestres no tiene nada que ver con advertencias acerca de la frágil paz mundial, sino que es mucho más científico: el tiempo no es lineal, sino que todos los momentos existen en el mismo instante, por lo que Billy Pilgrim vive su vida saltando del futuro al pasado y otra vez al futuro sin orden alguno. Él experimenta esto como una realidad tranquilizadora: como todo está ya escrito, hay que aceptar lo que nos sucede (y nos seguirá sucediendo una y otra vez) con resignación y calma, incluso la muerte, que es una ilusión.
Lejos de ser una fuente de confusión, la estructura de la novela, que coincide con los caóticos saltos temporales del protagonista, está tan magistralmente concebida que el lector sabe en todo momento situar a Pilgrim en la línea espacio-temporal correspondiente. Particularmente insólito y divertido es el episodio en el que éste viaja en una nave extraterrestre al planeta Tralfamadore para ser exhibido como un animal de zoológico, junto a una famosa actriz a la que se lleva junto a él para que se apareen ante la curiosidad y la admiración de los habitantes del lejano planeta. Otro pasaje muy original es la visita a los prisioneros americanos, en la víspera del bombardeo de Dresde, de un excéntrico personaje. Se trata de Howard W. Campbell Jr, el americano nazi, que quiere reclutar un ejército de jóvenes estadounidenses para enfrentarse a la que considera la auténtica amenaza: el comunismo. Una actitud que no hubiera desagradado del todo al general Patton. Por supuesto, el personaje es demasiado bueno para ser cierto. Se trata de una genial invención de Vonnegut.
Pocos años después de ser publicada la novela se estrenó su versión cinematográfica a cargo del prestigioso George Roy Hill (el director de Dos hombres y un destino). La película, siguiendo casi de manera literal a su original literario, pone énfasis en el absurdo de la guerra - una cruzada protagonizada por jóvenes casi niños - en un momento en el que los estadounidenses estaban hastiados del conflicto de Vietnam. Aún siendo simplemente una correcta traslación a la pantalla de la novela, existen algunas escenas por las que merece la pena visionarla. Particularmente me quedo con el panorama que se le ofrece a Pilgrim de las torres de Dresde desde el tren y el paseo posterior por su maravilloso casco histórico. Nadie sospecha lo que va a suceder solo unas horas después. Qué efímera es la belleza y que estúpidas son algunas decisiones humanas.