Esta es, grosso modo y pasada por mi pluma, la noticia oficial de la triste muerte de Isabelle, esa niña atrapada en un cuerpo de mujer que nunca logró satisfacer los deseos lilliputienses de una madre posesiva que la mantuvo encerrada desde los 4 hasta los 11 años en un chalet de las afueras de París para protegerla del paso del tiempo.
Sus blogs, que han estado activos hasta el momento de su fallecimiento, están ahora clausurados, y de su contenido solo conocemos detalles gracias a la extraordinaria labor de periodistas como Lola Galán, quien, hace tres años, publicó un estupendo reportaje sobre Isabelle en la edición electrónica del diario EL PAÍS.
La noticia extraoficial, la que yo extraigo de esta tristísima historia mediáticamente espolvoreada a los cuatro vientos es la del fracaso social, la estrepitosa evidencia del daño silencioso que las mujeres llevamos padeciendo desde que el mundo es mundo gracias a la nigromancia de modistos, estilistas, diseñadores, publicistas, artistas, cafres de la imagen de una y otra calaña y _lo que es peor y gravísimo_, 'gracias' al veneno de la propia mujer consigo misma y con las demás.
Creo, en un año que comienza siendo intolerante con la nocividad del tabaco, que todos y cada uno de nosotros deberíamos revisar nuestros ojos y el modo en que miramos eso tan plural y misterioso llamado belleza. Porque, como bien demuestra la historia de Isabelle Caro _que amaba la vida, la naturaleza y los pájaros por encima de todas las cosas_, hay miradas de las que uno no llega a recuperarse nunca. Miradas de hiel y sangre capaces de matar a un ruiseñor sin apenas rozarlo.
Espero que Isabelle descanse en paz allá donde quiera que se encuentre. Y que su alma sea capaz de contemplarse a sí misma, más bella y bonita que nunca, en los espejos de la eternidad.