A quienes no son amantes del toreo la muerte de un diestro o la de algunos que corren delante de ellos en Pamplona o en cualquier pueblo no les conmueve tanto, mejor dicho, bastante menos que a quienes aman el espectáculo.
Pero les enervan igual quienes, apelando a la defensa de los animales, proclaman su alegría y deseo de que caigan así todos los toreros y aficionados existentes.
Acaba de ocurrir tras el fallecimiento de uno en Teruel con decenas de mensajes de animalistas como el del rapero podemita Pablo Hasel, que escribió este tuit: “Si todas las corridas de toros acabaran como las de Víctor Barrio, más de uno íbamos a verlas”.
El animalismo, adoptado por los populistas de todo el mundo como una causa revolucionaria --a ver si dejan de comer carne y se hacen veganos de una vez--, aparte de captar a personas decentes, oculta también a sádicos y a aspirantes a genocidas, igual que los gimnasios infantiles atraen a pederastas.
En España, y desde hace siglos hay un debate sobre la licitud del espectáculo, que prohibió Carlos IV y fue recuperado en las Cortes de Cádiz por el diputado catalán Antonio Capmany en contra del criterio prohibicionista del absolutista murciano Simón López de Or.
El mayor animalista mundialmente conocido fue Adolf Hitler. Era casi vegano como quieren los populistas que seamos los demás. Mientras incineraba seis millones de judíos y provocaba una guerra con sesenta millones de muertos, decía que los españoles eran unos bárbaros porque su fiesta de los toros era de una “crueldad inhumana”.
El podemita Hesel, quizás Heil-sel, hereda la agresividad del Führer y de los temibles Guerrilleros de Cristo Rey, pero desde la ultraizquierda.
Precaución con esta gente fanática y el odio que acumula contra quienes no comparten sus valores.
Son los que acuchillan a jóvenes que llevan ropa de marca, como hicieron unos podemitas del llamado Distrito 14 de Moratalaz, Madrid, y que cuando los detuvieron recibieron la solidaridad de su partido.
Cuidado con apasionados de cualquier ideología ultra: si disponen de un arma y posible impunidad fusilarían al primero que les molesta por sus aficiones o ideas.
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SALAS