MATERIALES: el universo simbólico y el lenguaje

Por Josep Pradas

MATERIALES COMPLEMENTARIOS DE LA UNIDAD 4

EL UNIVERSO SIMBÓLICO: lenguaje y pensamiento
(actualización 2015)

1. El universo humanizado (especificidad de la comunicación humana)

Los lenguajes naturales humanos están a medio camino entre la comunicación animal y los lenguajes mecánicos (formales, cibernéticos), y plantean una doble frontera: animal/humano, humano/máquina. Lo animal parece el límite del lenguaje; la máquina parece el límite del pensamiento.

La línea divisoria en la evolución de la comunicación se halla entre el hombre y los restantes diez millones de especies orgánicas. Los animales se comunican mediante diferentes tipos de señales y canales sensoriales, pero sólo los humanos tienen lenguaje. Es la tesis de Víctor Gómez Pin en su libro El hombre, un animal singular (Madrid, La Esfera de los Libros, 2005), y es también la tesis aristotélica que toma al hombre como animal que habla, y al animal como ser que simplemente emite sonidos. Gómez Pin resalta la capacidad creativa de los humanos, gracias al lenguaje, frente a la uniformidad que presenta el mundo animal.

En su libro, Gómez Pin plantea la necesidad de resolver, si es posible, la especificidad de lo humano, en un plano vertical, respecto de los otros animales. El hombre es un animal singular, el único capaz de preguntarse por su propia naturaleza, o por el centro del universo; el hombre tiende a problematizar su entorno. Sin embargo, hay tesis opuestas, que tienden a confundir lo humano y lo animal (ibid., pág. 30 ss). Hay una inclinación actual a difuminar las fronteras entre lo humano y lo animal, incluso desde postulados científicos (últimos desarrollos del genoma). Es evidente la conexión genética entre humanos y chimpancés (autoreconocimiento ante el espejo, reacciones similares a las de un niño sordo de nacimiento, e incluso hay una cierta capacidad lingüística en el chimpancé), pero ahora esa relación se abre hacia otros animales más alejados del hombre. Para Gómez Pin, esto ocurre porque los científicos no distinguen entre lenguaje y códigos de señales y acaban considerando que los animales están determinados por realidades culturales, lo que conlleva a una pérdida de la clásica distinción entre naturaleza y cultura ( physis/ nomos) ( ibid., pág. 31).

De acuerdo con esta tesis, el hombre no es el único animal que ha superado las determinaciones naturales. Gómez Pin destaca las ideas de Frans de Waal y de S. Watanabe, dentro de esta línea. Para Gómez Pin, es concluyente el hecho de que el hombre es el único animal que se ocupa, preocupa o despreocupa por el resto de los animales y otros seres vivos; que se sepa, ningún otro animal hace lo mismo, y todo esto viene determinado por la condición lingüística de los humanos, que hace que su existencia esté marcada por un horizonte de fines _cognoscitivos, lúdicos, éticos, estéticos, etc._ que no se da en la existencia animal. Aunque puedan aportarse pruebas del aprendizaje de lenguaje humano por parte de simios, es evidente que los patrones de ese aprendizaje son muy diferentes de los patrones humanos. Esto se mantiene desde Aristóteles a Chomsky: rasgos fisiológicos y anatómicos singulares en el hombre, capacidad de generar una gramática no aprendida en los niños, cosa que no se observa en los chimpancés.


Las diferencias entre lo humano y lo animal pueden establecerse según diversos elementos:

    Innatismo. El hombre tiene mecanismos innatos esenciales para la comunicación y la adquisición del lenguaje; los animales tienen mecanismos innatos, pero no les capacitan para adquirir lenguaje, salvo en los primates, donde la diferencia con los humanos es más de grado que de especie.
    Articulación. El lenguaje humano es articulado, doblemente articulado (habla y gramática), mientras que los medios comunicativos de los animales responden a un código mímico. La doble articulación del lenguaje humano permite combinaciones innovadoras de sonidos, permite crear nuevos significados dentro del código limitado de señales.
    Simbolismo. El lenguaje humano tiene un potencial simbólico y de abstracción que no está presente en los sistemas comunicativos animales, siempre atados a lo concreto y situacional. El lenguaje humano puede ir más allá de la situación y sustituirla, suplantar a los objetos y representarlos.
    Recursividad heurística del lenguaje humano, es decir, potencial creativo en la formación de oraciones y palabras nuevas, mientras que en los animales sólo hay una recursividad mecánica.


Para ilustrar esta singularidad plenamente humana, Gómez Pin cita a Émile Benveniste, un lingüista francés que advirtió del peligro de confundir el lenguaje humano con los códigos de señales que usan algunos animales. Esta confusión es la que lleva a algunos etólogos a pensar que hay por ejemplo un lenguaje de las abejas, cuando en realidad las abejas sólo usan señales codificadas para comunicar determinadas instrucciones, y lo hacen de una forma programada genéticamente, que no pueden alterar. A este respecto, el texto de Benveniste es esclarecedor:

Aplicada al mundo animal, la noción de lenguaje sólo se usa por un abuso terminológico. Es sabido que ha sido imposible hasta la fecha establecer que los animales disponen, ya sea de forma rudimentaria, de un modo de expresión que tenga las características y las funciones del lenguaje humano [...]. Las condiciones fundamentales de una comunicación cabalmente lingüística se revelan ausentes incluso en el mundo de los animales superiores ("Communication animale et langage humaine" (1952), en E. Benveniste, Problèmes de linguistique générale I, Paris, Gallimard, 1966; citado por Gómez Pin, op. cit., pág. 34, nota 4).

En cuanto a las diferencias entre lo humano y lo cibernético, hay que tener presente que las máquinas han alcanzado un alto grado de autonomía funcional y comunicativa, son autómatas autorregulados, que interactúan y se comunican sin intervención humana, salvo en las fases iniciales y terminales de los procesos que llevan a cabo. Son sistemas cerrados, perfectos, sin polisemia ni ambigüedades, cuyos contenidos semánticos ya están dados de antemano, no da lugar a la creación de nuevos significados.

En lenguaje humano es, ante el de los autómatas, infecto, lleno de polisemias y ambigüedades, anfibologías (dobles sentidos), metáforas e incluso construcciones incorrectas que significan algo; pero a cambio capaz de generar nuevos significados a partir de la actividad del hombre en el mundo. Ahí radica su superioridad, que se manifiesta en el hecho de que han sido los hombres los creadores del lenguaje de las máquinas, y no al revés. El lenguaje humano es un conjunto limitado de elementos fonéticos que abre la vía a un conjunto potencialmente infinito de elementos de significación. Sólo el equívoco conduce a la fertilidad (Gómez Pin, El hombre, un animal singular, págs. 39 y 42).

Determinaciones como la recursividad del lenguaje y su arbitrariedad, hacen de la palabra algo potencialmente infinito, y con ello hacen del hombre un posible demiurgo (creador) de un universo ilimitado, a pesar de todas las limitaciones del hombre y del mundo mismo (Gómez Pin, op. cit., pág. 19).

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2. Definiciones importantes

    Significante: aspecto materialmente perceptible del signo. El significante representa y transmite algo diferente de sí mismo.
    Significado: contenido que apunta al signo. Es lo que transmite el significante, algo que no tiene relación directa con la forma del significante.
    Signo: fenómeno susceptible de evocar otro fenómeno, lingüístico o no, usado como acto de comunicación, es decir, con la intención de comunicar alguna cosa. Además de la intencionalidad, los signos se sirven de significantes y significados, que se relacionan de forma convencional (acuerdo público de la significación de un signo, de aquello que representa).
    Signo lingüístico: unión imperceptible de significante y significado. No se trata de la unión entre una cosa y un concepto (conexión lógico-ontológica), sino entre una imagen acústica y un concepto. El significante (voz, emisión física de sonido) sólo puede referirse a la cosa a través del concepto o significado. El concepto es intermediario en la relación lógico-ontológica. La correlación entre lenguaje y realidad está detrás de esta explicación y encaja en la observación de que esta correlación no es directa, sino que entre el significante y la cosa (significatum) está el concepto. El nombre, significante, es el correlato lingüístico de la cosa, pero necesita del concepto, es decir, el significado, para establecer dicha relación.
    Referencia (Frege): aquello a que apunta el signo, es decir, lo que significa, lo que representa, su sentido.
    Sentido: la manera como el signo refiere, es decir, su significado, su semántica.
    Oración: unidad sintáctica con significado. Puede ser de varios tipos, según el régimen verbal: indicativas, imperativas, interrogativas, etc. Hay una relación entre las funciones comunicativas y las formas de las oraciones.
    Proposición: oración que puede ser verdadera o falsa; sólo las oraciones indicativas pueden ser proposiciones.
    Enunciado: es la forma en que son formuladas las proposiciones. La proposición es el significado de los enunciados, y es única, aunque la forma de los enunciados puede varias: Una proposición puede enunciarse de varias maneras, o en diferentes lenguas, pero todas significan lo mismo, que puede representarse en una proposición única.
    Lenguaje: capacidad humana, propia de la especie.
    Lengua: producto social de una comunidad concreta, que une la capacidad humana del lenguaje con un conjunto de convenciones que se dan en esa comunidad.
    Habla: conjunto de expresiones y enunciados propios de un hablante de una lengua, en referencia al individuo.
    Competencia: conocimiento implícito que un hablante tiene de su lengua, que le permite un determinado número de combinaciones correctas en esa lengua, mayor cuanto mayor sea su competencia.
    Actuación: equivale a habla, según Saussure; es la manifestación de la competencia lingüística de un hablante. La actuación permite medir esa competencia individual.

    Codigo: sistema de significación.

3. La clasificación de Charles S. Pierce

Pierce establece una clasificación de los signos según estos conceptos:

    Iconos: remiten a una cosa en virtud de su parecido formal, como los dibujos, señales de tráfico.
    Indicios: remiten a una cosa en virtud de una relación natural (causa-efecto, correlación, etc.), como los síntomas de una dolencia.
    Símbolos: remiten a una cosa por convención y en ellos no hay ningún tipo de parecido entre el referente y lo referido (son arbitrarios), y son válidos porque son aceptados por todos como tales. Por ejemplo, el lenguaje humano. La cuestión del símbolo ha de tratarse desde una perspectiva flexible: no hay ejemplos de símbolos que sean absolutamente convencionales, no hay ejemplos puros o modélicos. Las banderas están cargadas de representaciones icónicas o indicativas, por ejemplo. El lenguaje humano tampoco es puramente convencional, pues contiene elementos morfológicos basados en la derivación y en los morfemas categoriales propios de cada idioma (en castellano, -aba significa pasado siempre, por ejemplo). Estos elementos iconográficos son los que permiten adivinar el significado de palabras que desconocemos, porque el lenguaje va más allá de la convención, tiene categorías morfológicas que se repiten. Los significados convencionales no son absolutamente arbitrarios, sino que están determinados por unas reglas morfológicas, de formación y transformación de las palabras. Esta distinción entre lo simbólico y lo icónico en el lenguaje humano no tiene nada que ver con la polémica acerca del origen natural o convencional del lenguaje humano, sino que se refiere sólo a su estructura interna.

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4. Lenguaje y pensamiento

La capacidad lingüística del hombre supone una particular percepción del mundo: el hombre interpreta lingüísticamente el mundo que le rodea. El hombre organiza su experiencia sensorial mediante procesos cognitivos que remiten al problema de la referencia, es decir, la relación entre las palabras y las cosas. Hay toda una serie de funciones que relacionan lenguaje y pensamiento:

    El lenguaje tiene una función simbolizadora, hace presente lo que no está, representando objetos y a la vez recortando la realidad en fragmentos. La realidad se evoca precisamente con estos fragmentos lingüísticos, con los que se opera como si fuesen el mundo real, cuando sólo son su representación simbólica (ver el adpo. 3. Significación según Pierce).
    Función abstractiva: al recortar la realidad, el fragmento es una abstracción y a su vez sus partes pueden separarse y ser pensadas con independencia del conjunto.
    Función generalizadora: al recortar un fragmento del mundo, tomamos un determinado conjunto de partes que nos parecen imprescindibles y desechamos otras, y con las imprescindibles generamos un modelo general de la cosa. Son los conceptos universales
    Función creativa: el lenguaje puede referirse a aspectos del mundo que han sido originados por la libre combinación de elementos recortados por separados, y esa combinación no ha de referirse necesariamente a un objeto del mundo, ni estar ejemplificado en el mundo, sino que su significación se queda en el concepto mismo. Es el origen del arte, la religión, la filosofía, etc.
    Función de designación, por la cual el emisor puede referirse a objetos del mundo exterior, a los cambios que observa y a las relaciones entre esos objetos. El lenguaje pone al hombre en relación con el mundo, y a la vez, determina esa relación.


Hay diversas posiciones teóricas al respecto de la relación entre lenguaje y pensamiento, palabras y cosas:

    El lenguaje depende del pensamiento. Parte de la teoría aristotélica de la abstracción, según la cual, la actividad de nombrar está al servicio de la organización de los datos sensoriales, y supone una categorización de los estímulos y una etiquetación de la realidad, a la que siguen procesos de transformación y diferenciación. Todos ellos son procesos mentales que luego revierten en el lenguaje. Piaget es defensor de una postura extrema de esta idea. El lenguaje depende de los estados interiores de la persona, y eso se aprecia analizando sus procesos de maduración (epistemología genética, niveles de comprensión). En la inmadurez del niño y la madurez de su pensamiento (inteligencia comunicada) hay dos lógicas, dos diferentes maneras de razonar. El lenguaje no es sino un signo convencional con el que nos referimos a las cosas y a los contenidos del pensamiento. Pero el lenguaje no basta para expresar el pensamiento, pues las estructuras que caracterizan a éste último hunden sus raíces en mecanismos sensomotores mucho más profundos que el hecho lingüístico. El lenguaje es condición necesaria pero no suficiente del pensamiento. El pensamiento es algo con independencia del ropaje verbal. Esta tesis se tiene por excesivamente idealista; en general se considera que el proceso de maduración mental no origina espontáneamente el lenguaje, sino que éste necesita realizarse en el seno de un medio sociocultural, una comunidad de hablantes.
    El pensamiento depende del lenguaje. Vinculada al culturalismo romántico: Humboldt; seguida por Bersntein y luego por Sapir y Whorf. Las diferencias en el lenguaje implican diferencias en las concepciones del mundo, del tiempo y del movimiento, es decir, que el lenguaje altera la relación del hombre con el mundo y con las cosas. Puede admitir que el pensamiento o la concepción del mundo de él derivada (organización de los datos sensoriales) han sido construidos en la medida que se ha construido el lenguaje (hipótesis Sapir-Whorf: "no todos los observadores llegan, a través de un mismo fenómeno físico, a la misma conclusión teórica, a la misma imagen del mundo, a no ser que su base lingüística sea semejante, o pueda ser reducida a un denominador común", (Lledó, E., Filosofía y lenguaje. Ariel, Barcelona, 1970, §4 pág. 108). Si la hipótesis Sapir-Whorf fuese el único factor que interviniese en la modulación del pensamiento, cabría incluso la posibilidad de sostener un solipsismo lingüístico absoluto, una especie de lost in traslation dentro de una misma lengua, por la diversidad idiolectal (y, en consecuencia, por la diversidad de concepciones del mundo dentro de una misma lengua). Todo esto significa que el lenguaje no está antes que el pensamiento, ni a la inversa. Dos hablantes con una misma base lingüística pueden desembocar en diferentes concepciones del mundo sin por ello dejar de entenderse sustancialmente, y este entendimiento es posible incluso entre dos hablantes con diferente base lingüística, siempre y cuando conozcan la lengua del otro (Chomsky y los universales lingüísticos). "Es evidente que la lengua no ha orientado la concepción metafísica del ser; cada pensador griego tiene la suya, pero ella, la lengua, ha permitido hacer del ser una noción objetivable" (Lledó, ibid., §4, pág. 107).
    El lenguaje es idéntico al pensamiento. Es fruto de una variante radical de la tesis que postula que el pensamiento depende del lenguaje: el pensamiento es lenguaje, palabra. El pensamiento se explicita en el lenguaje. Max Müller y Watson son sus representantes actuales. Whorf también ayuda. Según esta corriente, el pensamiento es palabra, y la palabra el único pensamiento, de tal manera que no puede suponerse gratuitamente la existencia independiente de un puro pensamiento.

La tesis Sapir-Whorf puede resumirse en el relativismo lingüístico de Whorf, expresión más reciente de ella. Según este autor, la ausencia de isomorfismo entre los lenguajes amerindios y el inglés indicaba una diferencia básica de pensamiento adquirido culturalmente por el individuo en el proceso de adquisición del lenguaje. El lenguaje hopi, según Whorf, tiene una cantidad mucho mayor de verbos que de nombres, a diferencia de los lenguajes europeos, y esto se traduce por ejemplo en una diferente concepción del tiempo y del movimiento: el hombre hopi concibe el tiempo y el movimiento en el reino objetivo en un sentido puramente operacional -una cuestión de complejidad y magnitud de las operaciones que conectan hechos-, de forma que el elemento de tiempo no se separa del elemento de espacio que entra a formar parte de la operación, cualquiera que sea aquél. Dos acontecimientos del pasado ocurrieron hace mucho "tiempo" (la lengua hopi no tiene ninguna palabra equivalente a nuestro "tiempo") cuando entre ellos han ocurrido muchos movimientos periódicos físicos en forma tal que se haya recorrido mucha distancia, o que se haya acumulado una gran magnitud de manifestación física en cualquier forma ... El hopi, con su preferencia por los verbos, en contraste con nuestra propia preferencia por los nombres, convierte perpetuamente nuestras proposiciones sobre las cosas, en proposiciones sobre los acontecimientos. Lo que ocurre en un pueblo distante si es actual (objetivo) y no es una conjetura (subjetivo) sólo puede conocerse "aquí" más tarde. Si no ocurre "en este lugar", no ocurre tampoco "en este tiempo"; ocurre en "aquel" lugar y en "aquel" tiempo. Tanto el acontecimiento de "aquí", como el de "allí" se encuentran en el reino objetivo, que en general corresponde a nuestro pasado, pero el acontecimiento de "allí" es el más lejano de lo objetivo, queriendo significar esto, desde nuestro punto de vista, que está mucho más lejos en el pasado, como también lo está en el espacio que el acontecimiento de "aquí" (Whorf, B. L., Lenguaje, Pensamiento y Realidad). Es la estructura de un lenguaje la que determina la estructura del mundo pensado por sus hablantes. Otro ejemplo puede encontrarse en la lengua andamanesa (Andamán y Nicobar), que no contiene numerales salvo el equivalente a "uno" y a "más de uno". En este caso, ¿qué concepción del mundo se deriva de tal particularidad lingüística?