Maternajes

Por Latetaymas @LaTetayMas

Me encanta la palabra “maternar”. Es un verbo que el diccionario de la RAE no recoge, pero afortunadamente, este idioma nuestro que es el español, es una lengua viva que se nutre de los modos de muchos lugares del mundo. Y en lugares de Hispanoamérica el verbo existe, igual que otra palabra que también me gusta mucho: “maternaje”.

Pues maternar es algo así como criar con atención y cariño; se emplea sobre todo para indicar la forma de criar de las comadres, las que no son madres en sí mismas, pero rodean a la madre, “maternan” con ella.

Mi madre para mi es muy importante. Me comunico con ella al menos una vez al día, sin contar cuando además de hablar con ella, voy a verla a su casa. Se mueve mal, así que es raro que ella venga. Se lo cuento casi todo, y lloramos mucho juntas (también reímos). Nunca me planteé hasta qué punto había otras mujeres que hubieran ejercido una influencia derivada de una cierta crianza, mujeres que me hubieran “maternado”, junto con mi madre. Yo ya pertenezco a la generación en la que las familias nucleares se convirtieron en la seña de nuestra sociedad, las familias en las que ya no estaban las abuelas, sino que vivíamos en un lugar distinto al de origen de mis padres.

Cuando el año pasado, y tras 6 años de lucha intensa contra el cáncer, falleció mi madrina, me empecé a plantear esto del maternaje. Porque me sentí un poco huérfana, sin serlo. Era una sensación muy rara, difícil de encajar, porque realmente tengo la suerte de tener una relación maravillosa con mi madre, así que sabía, y sé, que el sentimiento no era porque yo hubiera sustituido ninguna figura materna en ningún momento. De hecho, mi amada madrina era casi como una hermana más que como una madre.

Me di cuenta entonces, y lo he madurado en estos meses, de que ella estuvo siempre presente. Que sus historias y experiencias han estado a la vera de mi camino, apenas perceptibles, pero siempre señalando la linde. Las cosas que decía, las que hacía. Los regalos que me traía de sus viajes, su forma de ver la vida en su juventud, el hecho de que mi hermano y yo fuéramos siempre antes que ella. Ya estando muy enferma, se fue con mi madre de compras porque las niñas necesitaban ropa. Se mareó en una gran superficie, pero no soltaba las bolsas a pesar de tener que sentarse en la sección de calzado infantil.

Por eso me sentí huérfana.

Hay más mujeres que me han “maternado”, y las iré descubriendo. De hecho, tengo claro quienes son las que lo hacen ahora, mis comadres. Las que tengo físicamente aquí, conmigo, las que comparten maternidad conmigo, son mis ángeles y me enseñan siempre, como mi Raquel, o mi Evita, o mi Mary. Las que se reparten por el territorio nacional, con las que aprendo a las que refiero ante las dudas, Esme, Nohemi, Trini, …

Y en mi familia, de las que me maternaron, forjaron mi camino en mi niñez y adolescencia, sin saberlo… creo que sólo hay una, y de ella me tendré que despedir, por edad y porque, desafortunadamente, se encuentra muy enferma.

Muchas de quienes habéis estado en el embarazo conmigo, me habéis oído hablar de ella, porque es mi “tía la comadrona”, que a mi padre tanta gracia le hacía que después de tantos años y una carrera que nada tiene que ver, yo terminara lindando “el negocio familiar”.

Me sé “su niña”, porque siempre me lo dijo, sin pudor, delante de quien fuera, porque ella es madre de 3 hombres, y siempre echó de menos una mujer al lado. Y sé, porque me miro en el espejo todos los días, que cada vez me parezco más a ella, sobre todo desde que decidí que yo tampoco quería teñirme, y salieron mis canas a la luz.

Hemos tenido largas (larguísimas) conversaciones por teléfono, hasta que el alzheimer ha hecho muy complicada la comunicación telefónica. Le he contado mis cosas, y jamás me he sentido juzgada, quizás porque ella fue pionera en su tiempo, de mujer que buscó y consiguió la libertad para decidir sobre su vida. Siempre se ha alegrado por mi, incluso en aquellas cosas en las que no estaba de acuerdo.

Hemos discutido amorosamente sobre las formas tan distintas de ver los partos, las lactancias… Una generación de distancia es mucho en esto. Pero al final, ella acompañó y yo acompaño. Ella desde su papel de comadrona, y yo desde el mío de doula.

Hoy la pienso, la recuerdo y siento. Hoy tengo mucho miedo a perderla, porque sé que me voy a volver a sentir huérfana.