He estado unos días tristona. Hace tiempo que ya tuve esa tristeza, una espinita, que logré quitarme o eso creía yo. Un deseo, un sueño, que conseguí mitigar porque.... no podía ser. Pero estas vacaciones Rayo ha despertado algo, o quizá es que la espina se quedó ahí clavadita. "Mamá yo quiero un hermano" y ¡¡zas!! mi reloj biológico dijo "holaaaaaa, todavía estoy por aquíiiiiiii". ¡Maldito!
Pero ese deseo me ha hecho darme cuenta que tengo un vacío, y que en el fondo, no me importaría repetir experiencia. Por desgracia demasiados factores en contra, demasiado miedo y algunas preguntas sin respuesta. Un hijo con una salud veleta donde un día señala soleado y otro apunta nubarrones. Tanto que me dice que no..... pero sin poder evitarlo sigue habiendo algo que me dice que sí. Y para colmo mi edad, ¡ja! que sin darme cuenta y a falta de un par de meses me planto en los 40 tan ricamente.
Y este mes un leve retraso, levísimo, de apenas unos días me hizo pensar aún más, si cabe, en ello. Y si pasara, qué haríamos, cómo nos enfrentaríamos a ese reto, cómo nos organizaríamos, cómo superaríamos los miedos.
La balanza se inclina hacia el lado del no siempre, por más veces que lo he planteado, por más que he pensado en ello siempre obtengo la misma respuesta. Pero no puedo evitar desear o incluso soñar. Sé que me complicaría la vida, que se acabaría este estado de bienestar al que hemos llegado, que no sería justo para ninguno correr según que riesgos. Pero supongo que así somos las madres, duras de roer y tercas como mulas.
Embarazos y bebés a mi alrededor, nuevas madres y madres experimentadas que repiten aventura. Las miro, las admiro y las envidio, sin poder evitarlo.
Y es que a veces el corazón se impone a la razón, el instinto aflora y se hace difícil no cerrar los ojos.... y dejarlo fluir.