Maternidades

Publicado el 06 enero 2010 por Falcaide @falcaide
"Era el otoño de 2001. Estaba sentado a la sombra de uno de los campos de refugiados de la ciudad de Kuito, en Angola. Hacía varios días que me encontraba en esta antigua ciudad que en otros tiempos, dicen, fue hermosa, aunque yo sólo la he conocido como un inmenso campo de ruinas. La noche anterior había estado fotografiando en el hospital la intervención quirúrgica de una niña pequeña, de apenas 5 años, que había sido herida mientras jugaba en su casa; una de estas minas trampa que los niños confunden con un juguete porque han sido diseñadas para que así sea. El cirujano tardó 5 horas en sacarle la metralla que había perforado los intestinos y, mientras atendía a la niña, una chica de 16 años embarazada pereció de una peritonitis en el pasillo, frente a la puerta del quirófano. No había ningún otro médico que pudiera atenderla y yo sólo pude estrechar sus manos entre las mías para acompañarla en su última despedida. Recuerdo que al empezar su agonía el sol del ocaso entraba por uno de esas ventanas iluminando la camilla, y cuando la enfermera acudió para cubrirla la cara con una sábana y colgarle una etiqueta en el dedo pulgar del pié, ya sólo nos iluminaba una bombilla de 70 watios. Se fue como la tarde.
No es algo que se pueda olvidar fácilmente.
A la mañana siguiente tenía que volver al hospital para retratar más heridos de mina, pero aquella adolescente embarazada seguía persiguiéndome. Así que decidí parar. Dejar a un lado la cámara fotográfica. Sentarme a la sombra de una cabaña y descansar. Entonces fue cuando la vi. Estaba sentado en el suelo protegiéndose de la arena blanca con una tela roja. Quizás no tendría más de 15 años. Sostenía a su bebé en brazos. Jugaba con él. Reía con él. Se lo comía a besos, completamente ausente al horizonte de seres hambrientos que deambulaban a su alrededor. Y al humo espeso de las fogatas donde se cocinaba sopa de hierbas en cuencos fabricados con latas de conservas.
Pensé: No hay nada ni nadie que pueda jamás privar a un ser humano de su fuerza interior. Siempre podrás encontrar dentro de ti un atisbo de humanidad y de belleza a la que agarrarte. La relación entre una madre y su hijo pertenece a este universo inmaterial, privado e íntimo capaz de sobrevivir a cualquier situación por muy mal que se pongan las cosas.
Saqué la cámara y enfoque la escena. La foto de aquella madre, casi una niña, del campo de refugiados de Kuito abrió una serie de fotografías a las que llamo Maternidades. Se trata de una selección de instantáneas realizadas en distintos continentes. La mayoría de estas madres y sus hijos viven historias personales muy duras; otras son simplemente víctimas de la marginación o la pobreza. Genocidio. Violencia. Cárcel. Soledad. Enfermedad. En todas ellas hay algo que se nos escapa y emociona.
A veces, cuando los reporteros viajamos por países en guerra o nos adentramos en la vida de la gente que sufre, llega un momento en el que dejas de percibir. Porque tú mismo te has colapsado por lo que ves; no puedo aguantar más. Maternidades nació probablemente como un pequeño punto de luz, un fogonazo de esperanza a esta mirada cansada sobre lo que le rodea. Un pequeño guiño que reclama atención sobresaliendo en los negativos fotográficos repletos de imágenes horribles.
Y así quedó cuando las fotos se publicaron por primera vez en el magazine La Vanguardia. Hasta que una maestra, Montserrat Castanys, las quiso poner en su escuela de un pequeño pueblo de Cataluña, y los niños y las niñas de aquí empezaron a convivir con estos otros llegados de mundos tan alejados del suyo, aunque tan cercanos al mismo tiempo, pues no hay ningún niño que no se haga las preguntas esenciales de la vida cuando se trata de la madre.
Maternidades siguió viajando por otras escuelas, enriqueciéndose con lo que sugería a niños y niñas, y sorprendiéndonos a todos -maestros y familias- por los sentimientos y el interés que provocaban, y por las historias que los pequeños eran capaces de evocar o inventar.
Alguna vez me ha tocado asistir a una escuela para hablar con los niños y es curioso cómo me ha ayudado su mirada, también a mí, a ver cosas que nunca hubiera imaginado. Hay una foto, la de un bebé ruandés que viajaba a la espalda de su madre, que la hice tratando de recordar el genocidio, la huida, el hecho dramático de haber nacido en una carretera y caminar sin hogar adosado a mamá. Los niños, sin embargo, interpretan esta foto como algo agradable. Les parece maravilloso estar acunado todo el día a la espalda de mamá, sentir ese contacto físico que, quizás, ellos desean mucho más que el que reciben.
¡Qué bien!, exclaman cuando se fijan en este niño. Pero no se trata de ninguna paradoja; nuestra vida confortable, sin problemas materiales, no es ninguna garantía de que tengamos el afecto resuelto, de que gocemos de tanto amor como a los niños de aquí les parece que recibe el niño ruandés. Sentirse querido. Poder amar. A veces sólo los niños son capaces de expresar la esencia de las cosas. Para bien y para mal. Aquí y en cualquier parte del mundo".
Es el mensaje de bienvenida del fotógrafo catalán Rou Rovira en la exposición titulada "Maternidades" que se celebra en Caixaforum Madrid y que se puede ver de manera gratuita hasta el próximo 28 de febrero. Asistí a ella la semana pasada y merece la pena acudir a verla.
La exposición se compone por 16 fotografías acompañadas de textos, a través de los cuales el espectador podrá viajar por países y culturas distintas como India, Irán, Chad, Senegal, España, Brasil, Guatemala, Rwanda, Serbia o Angola. La idea es enseñar que, a pesar de que las situaciones pueden ser muy adversas, las fotografías captan la maternidad como una relación única donde sobresalen la belleza y el amor; o como se ha dicho " un pequeño punto de luz, un fogonazo de esperanza".
La idea de retratar la maternidad surgió en 2001, cuando Rovira estaba en Kuito (Angola) y vio a una chica embarazada fallecer sola en un hospital, contando únicamente con su compañía. Sobrecogido por el suceso, el fotógrafo se puso a reflexionar sobre el acontecimiento y poco tiempo después vio en un campo de refugiados la imagen que se tornó la primera de su exposición: Una joven madre que se comía a besos su bebe recién-nacido: "Me di cuenta que siempre en los momentos del dolor el ser humano tiene dos caras y que había una parte de amor brutal dentro de la intimidad entre esta chica y su niño". Es precisamente la fotografía "Dame un beso" la que abre la muestra y que aparece en este post.