Me he criado con la idea (reduccionista y falsa) de que el cine francés (así, en general) se asentaba sobre la base de historias premiosas, trascendentes y umbrías, narradas a cámara lenta. Esa imagen es la que se me ha venido a la cabeza cuando he visto, en el teatro Lara, «Mathilde», una obra escrita por la francesa Verónique Olmi, dirigida por Gérard Iravedra, e interpretada por Marina San José y Gorka Lasaosa.
Y es que «Mathilde» cuenta una historia de pareja -una historia de amor- extrema y dolorosa, narrada con las persianas bajadas, sin apenas resquicio para la luz de la ternura, la compasión y, mucho menos para el humor. Cuenta la vuelta a casa de Mathilde después de tres meses de prisión por haberse acostado con un chico de catorce años. Allí la espera Pierre, su marido. En una noche lluviosa, los dos comienzan una lacerante disección de su relación; en ella, el hecho que le ha llevado a ella a la cárcel no es más que el detonante de un hiriente intercambio de reproches, incomprensiones, súplicas, en el que el amor es ahogado por el dolor y se esconde en las cajas de cartón en las que Pierre ha ido guardando los recuerdos de su matrimonio durante la ausencia de su esposa.
«Mathilde» es una obra turbadora, llena de desasosiego, intensa. En palabras de su director, «un viaje hasta las entrañas del deseo humano para abordar las necesidades más primarias». No plantea, como sería previsible, la cuestión moral: Pierre le da mayor importancia al hecho de la infidelidad que a que ésta haya sido con un adolescente, y ella no parece mostrar arrepentimiento. Pero se ha quebrado el orden natural de la convivencia, de la confianza. No es un texto que avance, sino que camina en círculos sin querer en ningún momento ir al centro del problema, quizás por miedo.Gérard Iravedra plantea un espectáculo sencillo y desnudo, marcado por un lento metrónomo y en el que eché de menos más cambios de diapasón en los diálogos, dominados por la monotonía. Tan solo hay un momento en el que aflora la rabia de Pierre y hace que la piel del espectador se erice; el resto es una navegación de ritmo doliente. Lo mejor de la función es el trabajo de los dos actores. Marina San José sabe pasar de la aparente altivez y frialdad que muestra su personaje a la fragilidad y la inseguridad, mientras que Gorka Lasaosa inunda de patetismo al torturado Pierre desde el principio. Su conexión, magnífica, sostiene esta desoladora -y a la vez llena de incómodos interrogantes- que se presenta en el teatro Lara los jueves.