El José Alvalade olfateó de nuevo la Champions League cuatro años después. La última vez fue en febrero de 2009 y el agradable aroma se convirtió en un olor pestilente después del apabullante 12-1 encajado en el global de los octavos de final ante el Bayern de Múnich. Esta noche el Sporting de Portugal tenía la misión de enderezarse después del empate de la primera jornada ante la ‘cenicienta’ del grupo G y un comienzo de campeonato engañoso ya que sigue imbatido, pero apenas suma de tres en tres y eso le hace estar ya a seis puntos del vecino Benfica. Y debía erguirse ante el Chelsea, que también empató en su debut aunque es uno de los azotes de Europa en este inicio de campaña.
Mourinho, importunado por la baja de Drogba, arriesgó con Diego Costa en su regreso a la casa donde se formó (ahí fue ayudante de Bobby Robson). De hecho fue el hispano-brasileño el encargado de meter el primer susto del encuentro a los leones con un mano a mano que no supo aprovechar al minuto de partido. Un desajuste en la zaga lisboeta le dejó sólo pero Rui Patricio sacó la pierna para despejar a córner.
El aviso del Chelsea cargó de electricidad el circuito portugués, que cuajó unos minutos certeros en la presión y punzantes en el ataque gracias a las permutas de los extremos Nani y Carrillo. Pero el fallo eléctrico del Sporting se daba siempre en la parte trasera del equipo. En menos de 20 minutos Sarr y Mauricio cortocircuitaron a su equipo con hasta cuatro pérdidas comprometidas. Por suerte para los leones el acierto de Rui Patricio en unas ocasiones y el desacierto de Schurrle en todas ellas hizo que el marcador aguantara inamovible hasta pasada la media hora de partido.
Tampoco es que Chelsea tuviera un juguete roto en sus manos porque si la zaga rival no entraba en escena el balón se atascaba en la zona media a pesar de la rapidez a la salida. Fue en una falta lateral donde el Chelsea sacó provecho. Y como era de esperar todo ocurrió por la pasividad de un miembro de la defensa lusa. Cesc Fábregas colgó el balón al segundo palo y Matic, el enemigo público de la grada por su pasado en el Benfica, saltó sin la oposición debida de Silva para inaugurar el luminoso.