¿Estamos atrapados en nuestras vidas? Matria, debut en el largometraje de Álvaro Gago, nos muestra a una mujer trabajadora, Ramona, cuya existencia no tiene más sentido que la lucha y la supervivencia. La cámara sigue a la protagonista, que rara vez tiene un descanso: obligada a tener varios trabajos precarios para subsistir, encargada de las labores domésticas en casa -la veremos cocinando y pelando patatas como si fuera Jeanne Dielman-, pendiente de una hija a la que quiere proteger de la vida adulta. Ramona no para más que para fumar un cigarrillo nervioso de vez en cuando. La cámara la sigue, pegada a ella, en su continuo ir de un lado para otro, en un planteamiento que recuerda al de Rosetta (1999) de los hermanos Dardenne, por poner solo un ejemplo de cine social europeo. A Ramona, literalmente, le falta el aire. De vez en cuando, el espejo o la gastada pantalla de su móvil le devuelve su reflejo y Ramona parece pensar 'coño, existo'. Ya lo ha dicho todo el mundo: el gran valor de Matria es la interpretación de su actriz protagonista, María Vázquez, que se llevó premio en el Festival de Málaga. Pero es que la película orbita conscientemente alrededor de Ramona, porque lo que nos quiere mostrar es que no hay nadie más. A pesar del cariño de sus compañeras de trabajo, de la complicidad de su hermana, del amor de su hija, de la convivencia con su pareja, o de la simpatía con el señor mayor al que debe cuidar, Ramona está sola. Porque a la hora de la verdad, el carácter de Ramona, ese no conformarse, ese hablar a gritos sacando la rabia que siempre la acompaña, la convierten en un personaje redimible, pero, dentro de la lógica de la película, también en una persona con la que nadie quiere estar. Todos los demás se han conformado. El final, quizás demasiado abrupto, busca dejarnos con interrogantes que, en realidad, nadie puede responder. ¿Cómo escapar de nuestras propias vidas?
¿Estamos atrapados en nuestras vidas? Matria, debut en el largometraje de Álvaro Gago, nos muestra a una mujer trabajadora, Ramona, cuya existencia no tiene más sentido que la lucha y la supervivencia. La cámara sigue a la protagonista, que rara vez tiene un descanso: obligada a tener varios trabajos precarios para subsistir, encargada de las labores domésticas en casa -la veremos cocinando y pelando patatas como si fuera Jeanne Dielman-, pendiente de una hija a la que quiere proteger de la vida adulta. Ramona no para más que para fumar un cigarrillo nervioso de vez en cuando. La cámara la sigue, pegada a ella, en su continuo ir de un lado para otro, en un planteamiento que recuerda al de Rosetta (1999) de los hermanos Dardenne, por poner solo un ejemplo de cine social europeo. A Ramona, literalmente, le falta el aire. De vez en cuando, el espejo o la gastada pantalla de su móvil le devuelve su reflejo y Ramona parece pensar 'coño, existo'. Ya lo ha dicho todo el mundo: el gran valor de Matria es la interpretación de su actriz protagonista, María Vázquez, que se llevó premio en el Festival de Málaga. Pero es que la película orbita conscientemente alrededor de Ramona, porque lo que nos quiere mostrar es que no hay nadie más. A pesar del cariño de sus compañeras de trabajo, de la complicidad de su hermana, del amor de su hija, de la convivencia con su pareja, o de la simpatía con el señor mayor al que debe cuidar, Ramona está sola. Porque a la hora de la verdad, el carácter de Ramona, ese no conformarse, ese hablar a gritos sacando la rabia que siempre la acompaña, la convierten en un personaje redimible, pero, dentro de la lógica de la película, también en una persona con la que nadie quiere estar. Todos los demás se han conformado. El final, quizás demasiado abrupto, busca dejarnos con interrogantes que, en realidad, nadie puede responder. ¿Cómo escapar de nuestras propias vidas?