Pues sí, efectivamente, era ella. Maureen Teefy. Y se preguntarán ustedes, ¿pero quién es Maureen Teefy?
Bien, Maureen Teefy fue una de las intérpretes de Fama, el film de Alan Parker de 1980 que relataba las andanzas, venturas y desventuras de una serie de chicos y chicas que ingresaban en una prestigiosa academia artística neoyorquina, y que daría posteriormente pie a una larga y exitosa serie televisiva (emitida durante varios años en nuestro país) –y en la cual, por cierto, esta chica, a diferencia de varios de los protagonistas del film, ya no participaba-. En dicha película, encarnó el papel de Doris Finsecker, una muchachita tímida y apocada, hija de inmigrantes polacos, cuya seráfica voz le daría acceso a esa soñada academia donde tendría ocasión no sólo de perfeccionar su canto y aspirar a la gloria artística, sino, muy especialmente, de abrir los ojos a ciertas duras realidades de la vida (se termina enamorando perdidamente de un portorriqueño díscolo y marginal, Ralph Garcey, el cual, tras hacerle una barriga, la dejará compuesta y sin novio...).Su interpretación no era fastuosa, y es que, ciertamente, las dotes actorales de Maureen Teefy no eran las de Jessica Lange o Meryl Streep; de hecho, su carrera languideció a partir de ese momento, contando en su haber con sólo seis ó siete películas más, perfectamente prescindibles en cualquier filmoteca, y su estrella se apagó sin que nunca hubiera llegado a encenderse, Un caso más, entre tantos y tantos... Pero yo, a mis tiernos dieciseis añitos, me enamoré perdidamente de Maureen Teefy: de su carita pecosa, de su cuerpo endeblito y de esos rizos pelirrojos que la dotaban de un encanto infantil irresistible –tenía ya veintisiete añitos la mozuela, pero aparentaba bastantes menos-. Desde luego, yo no lo pude resistir...Y no crean que la cosa quedó en ese deslumbramiento que podemos tener con relativa frecuencia (recuerdo, así a vuelapluma, a Sandrine Bonnaire, en Lou-Lou, de M. Pialat; a Amy Locane, en Cry-Baby, de J. Waters; a Charlotte Gainsbourg, en Jane Eyre, de Zeffirrelli: la lista se podría hacer interminable...), pero que no proyecta sus efectos más allá de unas horas después de haber visto la película. Qué va, qué va... Este adolescente montaraz y enamoradizo anduvo coladito por los huesos de Maureen durante algunos que otros meses; es más, la cosa llegó a tal extremo que incluso llegó a enamorarse perdidamente de la amiga de una compañera de clase única y exclusivamente por lo mucho que se parecía a su amada cantora (o, al menos, eso le parecía a él: que hasta dónde llegaban a coincidir realidad y sueño, es algo que ya empieza a difuminarse en la memoria...) . Y aún hoy, cuando abro la carpeta del vinilo con la banda sonora de la película (conservado cual si de un incunable directamente procedente de la biblioteca de Alejandría se tratara) y contemplo el par de fotos (no muy buenas, por cierto) donde aparece ella, se me dibuja en el rostro una cierta sonrisa bobalicona (sí, ésa que se nos queda cuando... bien, ustedes ya saben...).Y, dejando aparte la batallita personal (que, dicho sea de paso, y por si alguien incauto aún no lo había advertido, me apetecía mucho contar), quisiera decirles que he reflexionado mucho, desde ese momento, en busca de ese punto (ese tiempo, ese lugar...) en el que uno, pretendiendo ser no se sabe muy bien el qué, y sobornado por una mezcla explosiva de ínfulas soberbias y sueños de vanidad, empieza a buscar en las películas detalles técnicos, materiales para el despiece crítico, objetos de estudio casi entomológico; en definitiva, cosas que tienen muy poco que ver con aquéllas que, posiblemente, sean las únicas que merecen realmente la pena: las emociones, los sentimientos, un cierto pellizco... que eso, amigos, y no otra cosa se supone que es (o debería ser) el cine.Naturalmente, no he logrado encontrar ese punto al que antes aludía, y es muy probable que no llegue nunca a encontrarlo; como diría el tango, la vida yira y yira... Pero, en cualquier caso, gracias, Maureen Teefy, por haberme puesto, aunque sea sólo en un momento, en una rafaga, de nuevo en el camino...* Este artículo data del 14 de julio de 2003, y fue publicado originariamente en una web cuyo contenido ya no está disponible.
* Como instigadora (y, por tanto, civil y penalmente responsable de lo que de estas torpes letras pudiera derivar), dedico este artículo a mi compa Hildy Johnson, cuyo excelente blog pueden encontrar ustedes, amigos lectores, en este enlace.
Hace algunos días tenía ocasión de ver, en un pase televisivo, 1941, la primera y, hasta la fecha, única incursión en la comedia que consta en la filmografía de Steven Spielberg (vistos los pobres, y decepcionantes, resultados, se hace comprensible que el mago Steven no se haya prodigado mayormente en el género). Y en una de sus secuencias, concretamente, en la del concurso de baile multitudinario que tiene lugar en el club U.S.O., me pareció ver, en una rafaga momentánea (un plano de ¿dos, tres...? segundos) un rostro que me resultaba familiar. ¿Era ella?