Un icono griego, una virgen que llora; recuerdos. Dicen que en los momentos importantes de la vida se nos iluminan los recuerdos, vuelven para decirnos quiénes somos y de dónde venimos. Venimos de las grandes escalinatas, de los salones con lámparas de cristal, de los pasillos con espejos barrocos, de los bailes de gala, de los palcos de la ópera, de los tableros de ajedrez y las pistas de tenis, de los cafés literarios, de los viajes por Europa (Praga, Viena, Niza, Venecia,…) y de las aventuras de lujo por lugares lejanos (India, África), de los apellidos ilustres (Tolstoi, Rilke, Zweig, Mann, Rolland, Hesse), del hálito romántico, del gusto por la literatura, la música y la poesía («la vida en los libros es bella, muy bella, porque está llena de espíritus»), del valor moral del trabajo y del sacrificio que disimula la mala conciencia de los privilegios, de la fe en los ideales y el prestigio social y no en los valores materiales del dinero y el éxito («los ricos no tienen nada que puedan enseñar y por el contrario tienen mucho que pagar»… «la riqueza material se paga con sordidez moral»). Venimos de la vieja Europa mitificada, que ha ido perdiendo su vocación humanista y su espíritu civilizador: valores que habían distinguido el magisterio intelectual europeo «aquel que la llevó a ser una referencia universal».
Somos las ruinas del vetusto imperio de los Habsburgo, de las miserias nacionalistas, del fracaso de las utopías revolucionarias, de la barbarie de las guerras y la maldad humana. I Guerra Mundial, Revolución Rusa, Guerra Civil Española, II Guerra Mundial; sobre la caída de los antiguos imperios se construyen otros nuevos: el imperio soviético y el imperio estadounidense, repartiéndose el nuevo orden mundial. Se difuminan los ideales, cambian los valores; una nueva clase social sustituye a la vieja aristocracia y a los anticuados empresarios arruinados: especuladores y nuevos ricos a quienes sólo importa el beneficio del dinero por el dinero. Todo se convierte en negocio. La moderna cultura europea somete su orientación humanista al capricho de los mercados y a la eficacia de las técnicas de producción, impone un sistema materialista al valor de fomentar el sentido crítico e indagar en la verdad. «…el mundo se había vuelto mezquino y pequeño desde que cierta gente exprimía el valor de los segundos para convertir el tiempo en un ritmo económico, angustioso y rentable».