La carta de presentación de Colonia del Sacramento de Uruguay es envidiable. Situada en pleno Río de la Plata, mirando de frente a Buenos Aires, con su centro histórico coqueto y empedrado, con un excelente nivel de vida y con su flamante título de ciudad patrimonio de la humanidad.
La ciudad fue objeto de lucha durante siglos por españoles y portugueses, lo que se muestra en las construcciones del centro histórico. Finalmente, fueron los españoles los que se quedaron con el enclave estrella de la zona. Uno de los motivos de tantos años de batalla fue su extraordinaria ubicación. Ahora lo sería incluso más, situándose a apenas 1 hora en ferry de la capital argentina y a 177 kms. de Montevideo, la capital del país.
Puesta de Sol en Colonia
Si a su localización e importancia histórica, unimos que ofrece uno de los mejores atardeceres del mundo, vamos ofreciendo más motivos para visitarla; sin embargo, la clave de mi pasión por Colonia no está en nada de eso, sino en sus habitantes, en su gente.
Los primeros pasos en Colonia
Fue en mis últimos días en Buenos Aires cuando tomé la decisión de visitar Colonia y me propuse hacerlo de forma diferente, más cercana, así que busqué en Couchsurfing quién me pudiera acoger. Y ahí apareció mi excelente anfitrión, Mariano, que me abrió su casa, haciéndome sentir parte de su familia y vida durante un fin de semana completo.
Las cervezas frías en Uruguay
Me recogió en el terminal de ferrys y desde ese momento todas mis preocupaciones desaparecieron. Saben aquello de sentir que conoces a alguien de toda la vida, pues es posible aplicarlo a alguien que acabas de conocer hace 5 minutos y del que sólo tienes referencia por una fría web. Es la magia de Couchsurfing, la magia de las personas.
Mariano me ofreció un excelente recorrido en coche por el centro, con multitud de datos históricos, culturales y arquitectónicos. Es un guía fantástico, incluso me llevó a ver la plaza de toros abandonada y la iglesia de San Benito, más conocido como el santo negro. Y para completar el círculo fuimos a comer un chivito al plato en un carrito de comida acompañado de una cerveza bien fría. Colonia empezaba a gustarme…
Chivito al plato
Y apareció Maylen
Fue tras la comida donde conocí a parte de la familia de mi anfitrión y, como había sucedido con él, el trato fue increíble desde el primer momento. Les conté sobre mi viaje, mi historia, mi vida y era como si hablara con mi familia. Todo eran buenas palabras, buenos gestos, una sensación de cariño que te reconforta y te hace más fuerte.
Y ahí apareció ella, con sus apenas 10 añitos, sentada haciendo sus deberes de matemáticas. La dulce mirada de una niña especial. Maylen me dijo que se llamaba y Mariano me explicó que significaba “niña bonita“, ahí me encajaron algunas piezas.
Lujo en Colonia
Estuvimos con ella y su inocencia infantil recorriendo museos, parques, laberintos y hasta un embarcadero de yates, todo ello fuera del recorrido clásico turístico de Colonia. Otra de las ventajas de hacer couchsurfing, los planes surgen y se modifican sobre la marcha.
Enamorados al atardecer en Colonia
Y dejamos a Maylen y su familia en casa, diciéndonos un hasta luego, porque un adiós siempre suena demasiado triste. Incluso el tiempo nos dio la razón porque al día siguiente nos volvimos a ver.
Era la hora del atardecer, así que nos dirigimos frente a casa para poder verlo a pie de playa. Llegamos justos de horario, pero el Sol todavía estaba esperándonos, majestuoso, imperial, iluminando el Río de la plata y dejando entreveer Buenos Aires al fondo, con su imponente skyline. Mi primer atardecer en Uruguay me dejó impresionado, quizás con los de Isla de Pascua y Cabo Polonio, los mejores de todo el viaje hasta ahora. Y el Sol se escondió por el río con un reflejo especial, mostrando a Colonia como un lugar de referencia para verlo.
El Sol se esconde por el Río de la Plata
Para poner el broche a un día perfecto fuimos al teatro, al único teatro de Colonia, donde vimos la obra “Maté un tipo”, interpretada por la compañía de la ciudad. Fue tremendamente divertida y pudimos saludar a los actores al final, incluso hacerme alguna foto en el escenario. La noche la terminamos tomando cerveza en un local de referencia hasta la madrugada, momento en el cual el cansancio se apoderó de nosotros y nos retiramos a dormir.
Los motivos definitivos
Ese domingo, quizás fue el primer día en el viaje donde no puse el despertador, así que realmente no sé a qué hora abrí el ojo, pero no debía ser muy tarde. El día amanecía nublado, lluvioso, con un carácter bastante desapetecible. Así que invertimos la mañana en charlar, escuchar música y hacer alguna “chapuza” en casa. Sin embargo, no estaba dispuesto a perder el día estuviera o no lloviendo.
Me puse en marcha a las 16:30 para recorrer el resto de la ciudad que aún no conocía y subir al faro, para contemplar otras vistas de Colonia. Marché caminando unos 30 minutos hasta llegar al centro, paralelo al mar, un paseo muy agradable y además con la suerte de que la lluvia desapareció y el cielo comenzó a abrir.
El puerto de Yates de Colonia
Primero caminé por el muelle de yates, luego me dejé perder por sus calles empedradas adyacentes, hasta que el viento me empujó al faro. Eran casi las 18 y se acercaba el atardecer, no podía perder la oportunidad de verlo desde las alturas.
Atardecer en Colonia desde su faro
Subí los cientos de escalones de caracol y cuando llegué hasta arriba, pocas eran las personas (apenas 3), pero ahí estaba de nuevo el Sol de Colonia esperándome para esconderse por el río. Fue bonito, muy bonito y diferente al del día anterior, por la ubicación y por los colores.
El faro de Colonia
Ya con las primeras luces de la noche seguí caminando por el empedrado hasta llegar a la puerta de la ciudad amurallada y desde ahí dirigirme hacia la antigua estación de trenes de Colonia. A pocos pasos se situaba mi destino, el terminal de ferrys, donde había quedado con Mariano para volver a ir al teatro. Él por su parte llevaba a Maylen y su madre que tomarían el ferry para regresar a Buenos Aires. Dejaban atrás a los abuelos y la pequeña no pudo contener las lágrimas, fue un momento complicado para todos. Acaso hay algo más triste que ver a un niño llorar, quizás ver llorar una niña que se llama niña bonita inundada por la tristeza de una despedida.
Y aquí acaba la historia, luego estuvimos en el teatro, compartimos casa y noche con otros couchsurfers (una argentina y un estonio), pero todo quedó en un segundo plano. Tanto Maylen como yo dejábamos Colonia de forma diferente, pero nos unía la tristeza por sentir el final de un fin de semana fantástico rodeado de familiares y amigos.
Con mi anfitrión en Colonia
No fue hasta que subí en el autobús con destino a Montevideo cuando lo vi claro: me había quedado prendado de una ciudad, por su encanto, por sus calles, por sus atardeceres, pero sobre todo por su gente, por Mariano, por Maylen, por la niña bonita que refleja Colonia.