Y es que, últimamente, los ánimos están un poco caldeados, las personas se pelean, ignoran el derecho de los demás, van sólo por sus intereses personales y hasta amenazan o dicen que harían ciertas cosas para vengarse o herir a otros, en retaliación por lo que éstos les han hecho, como si de esta manera pudieran recuperar lo perdido, obtener algún tipo de beneficio real o alcanzar la tan ansiada paz que desean recuperar.
No es respondiendo con agresividad como vamos a sacarla de nuestro mundo, sólo lograremos, de esta manera, agravarla y fortalecerla hasta el punto en que comencemos a ser parte del deterioro integral que atenta contra la calidad de nuestras relaciones y condiciones de vida.
La paz trae más paz, y debe comenzar en el interior de cada uno de nosotros, en nuestros pensamientos, sentimientos y forma de actuar. Deberíamos hacernos el propósito de no permitir que nada de lo que sucede afuera de nosotros, y que ninguna de las personas con las que nos relacionamos cada día, conocidas o desconocidas, nos hagan pensar o reaccionar con agresividad.
Comencemos por poner un poco de distancia entre nosotros y los acontecimientos negativos que sucedan en nuestro entorno inmediato.
Administremos las noticias negativas y hagámonos eco de las positivas.
Evitemos criticar y juzgar a la ligera, sobre todo si no vamos a solucionar una situación o a contribuir con el bienestar y el crecimiento de una persona.
Pensemos que lo que hacen o dicen otros y que, generalmente, nos molesta, no es personal; es decir, que no lo están haciendo con la intención de afectarnos negativamente.
Resaltemos las semejanzas y minimicemos las diferencias, extendamos conscientemente el margen de tolerancia hacia los demás.
Dejemos de quejarnos y de lamentarnos por todo lo que nos pasa o por lo que no sucede como esperábamos. Y practiquemos el perdón hacia aquellos que, en algún momento, nos afectaron, e inclusive hacia nosotros mismos por cualquier error cometido.
Es muy fácil decir que deseamos vivir en paz, pero no estamos dispuestos a realizar el trabajo personal de incorporarla a nuestra vida diaria y de compartirla con los demás. Es la práctica y no la teoría lo que puede llevarnos a transformar y mejorar nuestra vida.
¡No te pierdas la oportunidad de participar en la recuperación de la paz para ti y para todos!
Divina armonía
Cuentan que hace mucho tiempo los colores del arcoiris empezaron a pelearse. Cada uno proclamaba que él era el más importante, el más útil, el favorito. El verde dijo: ‘Sin duda, yo soy el más importante. Soy el signo de la vida y la esperanza. Me han escogido para la hierba, los árboles, las hojas. Sin mí todos los animales morirían’.
El azul interrumpió: ‘Tú sólo piensas en la tierra, pero considera el cielo y el mar. El agua es la base de la vida y son las nubes las que la absorben del mar azul. El cielo da espacio, y paz y serenidad’.
El amarillo soltó una risita: ‘¡Vosotros sois tan serios! Yo traigo al mundo risas, alegría y calor. El sol es amarillo, la luna es amarilla, las estrellas son amarillas. Cada vez que miráis a un girasol, el mundo entero comienza a sonreír’.
A continuación tomó la palabra el naranja: ‘Yo soy el color de la salud y de la fuerza. Puedo ser poco frecuente pero soy precioso para las necesidades internas de la vida humana. Yo transporto las vitaminas más importantes. Pensad en las zanahorias, las calabazas, las naranjas, los mangos y las lechozas. Cuando coloreo el cielo en el amanecer o en el crepúsculo mi belleza es tan impresionante que nadie piensa en vosotros’.
El rojo no podía contenerse por más tiempo y saltó: ‘Yo soy el color del valor y del peligro. Estoy dispuesto a luchar por una causa. Traigo fuego a la sangre. Sin mí la tierra estaría vacía como la luna. Soy el color de la pasión y del amor; de la rosa roja, la flor de pascua y la amapola’.
El púrpura enrojeció con toda su fuerza. Era muy alto y habló con gran pompa: ‘Soy el color del poder. Reyes, jefes de Estado, obispos, me han escogido siempre, porque soy el signo de la autoridad y de la sabiduría. La gente no me cuestiona; me escucha y me obedece’.
El añil habló más tranquilamente que los otros, pero con igual determinación: ‘Piensen en mí. Soy el color del silencio. Raramente repararéis en mí, pero sin mí todos serían superficiales. Represento el pensamiento y la reflexión, el crepúsculo y las aguas profundas. Me necesitan para el equilibrio y el contraste, la oración y la paz interior’.
Así fue como los colores estuvieron presumiendo. De repente, apareció un resplandor de luz blanca y brillante. Había relámpagos que retumbaban con estrépito. La lluvia empezó a caer a cántaros, implacablemente. Los colores comenzaron a acurrucarse con miedo, acercándose unos a otros buscando protección.
La lluvia habló: ‘Están locos, colores, luchando contra ustedes mismos, intentando cada uno dominar al resto. ¿No saben que Dios los ha hecho a todos? Cada uno para un objetivo especial, único. Junten sus manos y vengan conmigo. Dios quiere extenderlos a través del mundo en un gran arco de color, como recuerdo de que los ama a todos, de que pueden vivir juntos en paz, como promesa de que está con ustedes, como señal de esperanza para el mañana’” .
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