La Casa de la Portera, lo he dicho en más de una ocasión, es punta de lanza de ese teatro subterráneo que se está desarrollando en Madrid, que es fruto de la necesidad expresiva de autores, directores y actores. No es la panacea ni le solucionará la vida, seguramente, a nadie, pero sí les permite respirar, latir y, de paso, mantener el pulso del maltrecho teatro español. La Pensión de las Pulgas es una prolongación de aquella, una segunda edición corregida y aumentada, situada en la que fue, al parecer, la casa de una célebre cupletista, La Chelito, una de cuyas canciones más populares era La pulga:; de ahí el nombre.
MBIG (Mc Beth International Group) ha abierto las puertas de este espacio. Shakespeare, como Chéjov, es un autor siempre seguro, por la belleza, profundidad, grandeza y universalidad de sus textos. Pero por la misma razón resulta arriesgado ponerlo en pie; máximo cuando se reduce la nómina de actores a una decena y se les encierra en un lugar tan íntimo como éste, que convierte la respiración en un elemento tan expresivo como el gesto y la palabra.
Martret ha convertido Inverness en una empresa cualquiera, situada en unos nebulosos años cincuenta americanos (la serie Mad Men es la referencia más cercana), y en ella despliega los juegos de poder y ambición, de lealtad y traición, con los que Shakespeare construyó su historia. Para hacer más comprensibles sus intenciones, Martret acompaña el texto shakespeariano con explicaciones que, a mi entender, no son necesarios (tampoco estorban): la tragedia es tan potente y tan brillante la interpretación que Shakespeare se explicaría por sí mismo.
Macbeth se nos ofrece en La Pensión de las pulgas en carne viva. No solo por la cercanía con la que los espectadores viven las pasiones, los odios, las ambiciones... Sino porque la versión de Martret no es en absoluto complaciente ni pretende limar ninguna de sus afiladas y venenosas aristas. Con el cuerpo abierto en canal, arranca del interior las entrañas del texto y las ofrece (el genio de Shakespeare traspasa los siglos) vivas y calientes al espectador en un entorno aparentemente amable.
Todo ello gracias a un conjunto de notables intérpretes, varios de los cuales alcanzan el sobresaliente y la matricula de honor. Francisco Boira es un Macbeth torturado, colérico y ansioso, que pinta su angustia con detallistas pinceladas. Rocío Muñoz-Cobo (convertida por Lorenzo Caprile en una bellísima Ava Gardner) vierte su veneno a media voz; es sinuosa, implacable, arañadora. Inma Cuevas es una rey Midas que transforma en oro todo lo que toca, desde su breve y sensual escena de la seducción hasta su magnética canción. Daniel Pérez Prada (Banquo), Pepe Ocio (Macduff) y Rocío Calvo y Maribel Luis (las brujas) llenan también de excelencia sus intervenciones.