Me acuerdo de Georges Perec al que, con la madurez, se le fueron acentuando en su aspecto físico connotaciones propias de un personaje del Dybuk: una melena que se abría horizontalmente en dos híspidas alas, una barbilla mefistofélica, el aspecto de un gnomo sarcástico y burlón. Me acuerdo (je me souviens, por decirlo a su aire) de Georges Perec muy borracho en una fiesta, acercándose a saludar a Philippe Sollers rodando por el suelo como si fuera una alfombra que estuvieran enrollando. Me acuerdo de Georges Perec sentado en el Café de la Mairie en la plaza de Saint Sulpice, mirando horas y horas a la calle y anotando todo lo que pasaba en ella. Me acuerdo de Georges Perec que, para escapar a la arbitrariedad de la existencia, necesitaba imponerse reglas rigurosas (aunque esas reglas fueran, a su vez, arbitrarias) y que logró el milagro de que esa poética inventada por él y que podría parecer artificiosa y mecánica –científica y aburrida además de gratuita– dio como resultado una libertad y una riqueza inventiva inagotables. Me acuerdo de Georges Perec que por sí solo era una multinacional del lenguaje. Me acuerdo de la pasión de Georges Perec por los catálogos, por los menús de comidas, por los programas de conciertos, por las bibliografías reales o imaginarias, por los textos de las cartas postales, por el contenido de los monederos de las mujeres. Me acuerdo de lo que Italo Calvino dijo de Georges Perec. Me acuerdo de Georges Perec para decir aquí –y decirlo sin paliativos– que es el escritor francés más significativo de las últimas décadas y una de las personalidades literarias más singulares del mundo, hasta el extremo de no parecerse a nadie, lo que le ha llevado incluso a impedirle ser el heredero natural de Raymond Roussel, que es lo que hubiera sido más natural. Pero Georges Perec fue, es único. Me acuerdo de lo que Italo Calvino dijo de él: «El demonio del coleccionismo bate alas sin cesar en las páginas de Perec (…). Pero en la vida, él no era coleccionista más que de palabras, de conocimientos, de recuerdos; la exactitud terminológica era su forma de posesión; Perec coleccionaba y daba nombre a lo que constituye la unicidad de cada hecho, persona, cosa. Nadie más inmune que Perec a la plaga peor de la escritura de hoy: la vaguedad».
Enrique Vila-Matas
“Muerte y silencio de una vocal”
Revista de Libros, 01/06/1997
Foto: Georges Perec
Previamente en Calle del Orco:
Soñé que Georges Perec tenía tres años, Roberto Bolaño
La lucha contra el olvido, Patrick Modiano