Abandono. Lo tengo decidido. Ya nadie me apea de burro y eso que lo han intentado, tanto, que es prácticamente imposible no sentir sobre mi cogote el peso social de la culpa. La sensación de deserción es mayor que la de la primera vez que dejé un libro a medias... y esa congoja intermitente de saber que te estás rindiendo, cuando otras muchas lo consiguieron contra viento y marea, capeando el temporal como heroínas.
Antes de que llegase la hora de la verdad, ni siquiera me lo había planteado. Te dicen que es lo mejor y, por supuesto, te dices que sí, que lo vas a hacer... (¿Cómo no voy a hacerlo si es lo mejor?). Nadie te pone realmente en antecedentes. Hay una especie de ocultismo vergonzante al respecto. Ni libros, ni artículos, ni foros sacan a relucir todos los inconvenientes y dificultades que te puedes encontrar. Al menos, no con sinceridad. Así que voy un poco a ciegas, descubriendo los baches con las caídas, que no son pocas ni leves: heridas, grietas, infecciones, fiebres, pinchazos, contracturas, tensión, estrés, lloros, crisis nerviosas... y hasta un cólico nefrítico.
La causa de mi estupor, la actividad a la que me estoy refiriendo es el apasionante asunto de la lactancia materna. El tema de dar la teta, vaya. Qué idílicas se ven las imágenes de tiernos bebés sorbiendo de los senos de sus madres sonríentes... Me pregunto si serán fotomontajes o actrices bajo los convenientes efectos de la morfina...
La primera en la frente: las críticas a tus melocotones... Esos montículos carnosos que hasta ahora sólo eran objetivo de miradas lascivas y causa legítima (y orgullosa) del incremento de la libido de esos maravillosos seres de tres patas, pasan a tener otra función... Ya no son peras, son mamas y su único fin es el de proporcionar comida. Así, están bien o no en la medida en que cumplan o no su razón de ser. Resulta que las mías no eran buenas. Hay que joderse, ¡qué chasco! Años escuchando que son manjares y era mentira. Pezones inservibles que desesperan al recién nacido que no acierta a sacar nada de ahí...
Una vez que empiezas a descubrir la realidad de la cosa del mamoneo, te lanzas a consultar diferentes fuentes y ya es cuando acabas de volverte loca del todo... La matrona te dice que intentes programar las tomas y el pediatra lo contrario, que a demanda. A la primera herida escuchas de todo: "un poco de la leche de ese mismo pecho ayudará a que cicatrice"; "el niño lo hace y el niño lo cura -con su propia saliva-"; "lo mejor es el Purelan"; "nada, nada... déjate de cremas, lo que tienes que hacer es meterte al bebé debajo del sobaco y meterle bien el pezón en la boca"; "un remedio infalible es envolverte las tetas en hojas frescas de col orgánica"; "déjate los pechos al descubierto y que se sequen al aire", "a mí me fue muy bien el jabón Lagarto", "que no, que no: el de glicerina, mano de santo" ...Y así ¡hasta el infinito y más allá!
Pero las grietas no se curan. Y cada vez que llega la hora de que la criatura mame, me echo a temblar. Me lo engancho, diciendome para mis adentros que soy como hay que ser, una madre sufrida y abnegada, con capacidad de sacrificio, pero veo las estrellas. El bebé me desolla los pezones mientras lloro como una condenada de puro dolor. Una hora después de que el niño me haya soltado todavía tengo pinchazos... y el bebé ya está pidiendo de nuevo.
"Esto son los primeros días, mujer", me decían al principio. "Las primeras dos semanas, que son muy duras", me dijeron al superar los siete días iniciales. "Mentalizate. Es que el primer mes es así, pero luego se pasa"... Así que me armo de valor y sigo adelante hasta que, para colmo, descubro que los llantos entre tomas de mi hijo no eran por gases, si no de pura hambre. Mi leche no le sacia, como descubro al primer biberón que le endosa su padre y que le deja tranquilo y feliz.
En esa insistencia a ultranza en la bondad de la leche materna, en ese afán por ocultar todos los problemas que acarrea y por convencerte de que sigas con la teta caiga quien caiga hay desinformación y fundamentalismo. El germen de la involución. Dar el pecho puede ser estupendo, pero también puede ser muy duro y e incluso llegar a ser esclavizante para la madre. Nadie habla de las ventajas del biberón que, entre otras cosas, permite al padre mayor participación en la crianza de bebé (alimentación incluida), que no tiene porqué ser exclusiva de las madres. Muchos de los hombres que conozco no quieren limitarse al antiguo rol de cabeza de familia. Compartir roles es la base de la igualdad de sexos, y estas nuevas corrientes tradicionalistas radicales pueden ser manejadas fácilmente por sectores contrarios.