Ayer asistí al funeral laico. Los funerales y entierros los encuentro patéticos. Por un lado, se nota el dolor y llanto contenido de la familia cercana, desolada por la pérdida de un ser querido y, por el otro, la alegría, el jolgorio, las risas y los abrazos de personas que no se ven nunca excepto en los entierros. "Hemos de quedar algún día para vernos..." dicen muchos y, como siempre, no quedan ni se llaman hasta el siguiente entierro. Al ser laico no estuvo el "cura de guardia" -dicho con el mayor respeto- sino la despedida fue a base de la música que agradaba a mi primo y los parlamentos de algunos asistentes. El más impresionante, el del hermano mayor -mi primo Chani- en tratamiento desde hace tiempo por un cáncer invasivo. Habló con el corazón mientras yo lloraba por dentro. La entereza del primogénito, tocado por una enfermedad grave, nos emocionó a todos.
Yo he dado muchas charlas, clases, conferencias o seminarios delante de todo tipo de oyentes pero jamás me he ofrecido a hablar espontáneamente en un evento emotivo. Sé que mis palabras jamás lograrían convencer a los oyentes de lo que realmente siento por una limitación muy importante que he perdido a lo largo del tiempo: la espontaneidad.