Me quitan medio mar. Sí… Están construyendo (¡construyendo!?) un bloque de viviendas en el horizonte y ya solo veré un pequeño trozo. Aún podré controlar los barcos mercantes que pasan al amanecer hacia el norte y los cruceros que se cruzan hacia el sur, para seguramente hacer escala en el puerto de Valencia. Como si no hubiera ya suficientes pisos y casas, como si no debieran derruirse todas ellas una vez instaladas en las vacías todas las familias desahuciadas, a las que previamente se debería haber pedido mil perdones e intentar resarcir de alguna manera el agravio, el engaño, la burla, el abuso, siempre desde una posición de fuerza. Derruirlo todo y empezar de cero, sin patanes españolizantes, sin chorizos ni nuevas ni viejas Rumasas, sin fondos buitre, preferentes o sociedades pantalla, sin ladrones de guante blanco borrachos de codicia, sin soberbios ni mentirosos, sin gusanos.
Mientras, ahí siguen. La cercanía del aeropuerto impide elevar el edificio por encima de los cuatro pisos. Parece que se quedará en tres, incluido el terrado. Durante unos pocos meses, esos operarios, jefes de obra, albañiles, fontaneros o carpinteros tendrán un trabajo-tabla de salvación y no caerán al abismo, que hoy vuelve a mostrarse más profundo y oscuro. Fríos datos incapaces de dar cuenta de la gran tragedia del paro. Ladrillo para hoy, hambre (y cuánta!) para mañana. Luego habrá que intentar vender todo eso y salvar los trastos antes de que los desborden los escombros.