El momento en el que te descubres hablando como tu abuela es un hito en la historia de una persona. En ese instante piensas: ¿Me estaré haciendo mayor?
Es curioso esto de la edad. No sé si a ustedes les pasa, pero a mí siempre me parece que todo el mundo (de mi quinta se entiende) aparenta más edad que yo. Me quedé en los 35, buena edad, y a pesar de seguir cumpliendo años no me reconozco con la edad que tengo. ¿No les pasa que ven a un compañero del colegio que hace mucho que no se encuentran y piensan, ‘mi madre, qué estropeado está’? Pues, hay que asumirlo, seguro que él estará pensando lo mismo de nosotros.
Noto los cambios de la edad en otros muchos aspectos. No sé dónde quedó aquella chica que prefería no tomar nada a llamar al camarero y pedirle una Coca Cola, que le agarraba el brazo al primero que encontraba para cruzar la calle (o al menos lo intentaba). Aquella que era incapaz de dormir sola en casa por si se la llevaban los espíritus o para la que era impensable ir sin compañía al cine o a tomar un café.
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Antes le daba a todo veinte vueltas, qué decir, cómo decirlo, lo ensayaba mil veces y, cuando por fin estaba preparada, ya no venía a cuento así que callaba y me quedaba con el ‘tenía que haberle dicho’ reconcomiéndome.
Dicen que las personas mayores se hacen egoístas, no sé si es así, pero es verdad que con la edad pienso más en mí, ahora sé (o quiero creer) que si yo estoy bien los que me rodean estarán mejor o podré contribuir de forma positiva a que todos ellos se encuentren bien. Me tomo las cosas con más serenidad.
Alguna vez leí que la personalidad de una persona quedaba definida en sus primeros años, doy fe de que esto no es así. Habrá que seguir cumpliendo para demostrar mi teoría, pero creo que la vida nos va cambiando, que con cada arruga hay implícito un aprendizaje y, por lo tanto, una variación en el carácter. Ya veremos cómo acaba esa chica de la que les hablaba, la imagino satisfecha, divertida, agradecida y con una gran sonrisa en su cara arrugada…