Me gusta Pedro Sánchez. Me pone. Como presidente del gobierno y como experimento sociológico. Como exponente de la estulticia hecha gobierno. Son muchas las razones.
Me encanta que quiera cumplir esa máxima no escrita de que, en el gobierno de España, cada presidente acaba siendo peor que el anterior. Me reconforta que, con un gobierno tan endeble, apoyado solo por 84 diputados, el jefe del ejecutivo se haya puesto manos a la obra para desbancar al de Pontevedra y arrebatarle el cetro de Presidente Más Dañino para los sufridos contribuyentes de la Piel de Toro. En un universo siempre cambiante, las reglas y patrones que se repiten nos hacen sentir más cómodos. Ahora que España vuelve a caer antes de cuartos en los mundiales, parece que me retrotraigo a la feliz infancia, y Pedro me ayuda.
Me pone que eligiera al efímero Máximo Huerta como ministro de cultura, un castellano hablante que valencianizó su nombre solo para ser más cool en la Capital del Turia. Aplica sin lugar a dudas el significado más despectivo y cutre de provinciano, y se opone sin ambages a cultura. Diana. Que se llevara como Ministra de Sanidad a la que ha incrementado paulatinamente las listas de espera o cuya gestión ha derivado en que dentro de nada no haya servicios de ambulancias a domicilio, es un triple 20. De la de Burjassot no me atrevo a reproducir los apelativos con la que la califican algunos históricos socialistas de la zona. Las cuotas, supongo.
Me sulibellan los esfuerzos de su gobierno por adelantar por la derecha a meapilismo más rancio, convirtiéndose por momentos en aquellos curas que te preguntaban si te hacías pajas, si lo hacías en grupo o si te acostabas con mujeres. Los pelos en las manos y los granos de pajillero se llaman ahora consentimiento expreso. Nos vamos a quedar ciegos. Rajoy subió los impuestos más que IU, Pedro propone meter a un Notario en la cama. No me digan que no es para levantarse en cerrada ovación.
Me envenena. Lo reconozco, porque además de ser un puritano inquisidor no se olvida de que Montoro era un ave de rapiña, un carroñero sin igual, un ladrón sin escrúpulos y pone al frente de Hacienda a alguien que no solo es de la escuela de randas del anterior ministro si no que viene dando contadas muestras de que hará todo lo posible por mostrarse más voraz y sanguinolenta. No quieres sopa, dos tasas.
Pedro Sánchez sabe que tiene poco tiempo, así que nos deleita con el espectáculo de la renovación que no fue de la cúpula de RTVE, con ¿globo sondas? que difícilmente se podrán aprobar en un Congreso en el que está en franca minoría. Juega la magistral carta de Franco, la del feminismo en las empresas. Aplicar estos últimos disparates en las empresas, por cierto, sería un interesante punto de partida hacia el socialismo de Hitler o al de Stalin, no sé si más hacia uno o hacia el otro. Pero es que Carmen Calvo es mucha Carmen. Carmen Calvo confunde sin sonrojo género y sexo. Se salta sin despeinarse la igualdad ante la Ley en sus propuestas. Parece que hable sin pensar por las atrocidades que salen de su boca, pero es que la señora es así de atroz. Por eso Pedro, sabedor que tiene poco tiempo para ser el peor y pocos votos para poder hacer nada la ha colocado en puesto de honor.
Lo dicho, Pedro me pone. Me revolotean mariposas en el estómago. Hacía tiempo que nadie daba argumentos tan firmes y rotundos contra la democracia. Que no era en sí mismo una sólida refutación de todo lo que dice defender. Y eso, que quieren que les diga, a mí me gusta.
Publicado en elHeraldPost.es