Por razones que no vienen al caso, últimamente me he imbuido en el estudio de eso que llamamos "mente", que la tradición occidental ha tendido a diferenciar de eso otro que llamamos "cuerpo"; sin embargo, desde la revolución científica del siglo XVII nos vamos quedando con que no hay tal dualidad; que "tú, tus alegrías y tristezas, tus recuerdos y ambiciones, tu sentido de identidad y libre albedrío, son de hecho no más que el comportamiento de un gran ensamble de neuronas..." (como espetara Francis Crick, uno de los descubridores de la doble hélice del ADN). Así que resulta que somos "no más" que una maraña neuronal, sí, pero ahí sigue ese "no más" filosófico, una grieta presunta y genuinamente humana y resbaladiza con que lidia la neurociencia.
Todo lo anterior viene a cuento de que hace unos días me enteré de que he sido objeto de plagio; no yo mismo, sino algo que he escrito, algo que escribí hace un par de años (en el blog que acompañaba a mi actividad profesional de entonces, Concísate) . El derecho de autoría es en el fondo un derecho también resbaladizo, pues consigna que lo que tu mente crea es solo tuyo, porque es original. Y ahí, en la originalidad, está el quid de la cuestión (dicho sea de paso, la inteligencia artificial, con su poder de cálculo, ha llegado para escupir "creaciones" que a su vez están alimentadas con las creaciones de personas; he ahí un debate serio).
No obstante, lo que me escuece del plagio de que he sido objeto es el poco cuidado del plagiador, que no se molestó ni en cambiar la construcción sintáctica de no pocas frases copiadas (un pequeño ejemplo: "Pero don Miguel fue más allá y apuntó: es alimento que se recomienda para los niños", para acto seguido dejar escrito un pasaje un tanto insólito..."), ni la tríada del titular, ni la secuencia de argumentos del artículo original. En fin.
Reconozco que cuando descubrí la copia, en un primer momento, sentí una rara sorpresa nimbada de vago orgullo. Luego, al advertir la copia de hasta puntos y comas, me frustré un poco, al considerarlo una falta de consideración hacia lo copiado. Finalmente, estadio en que me encuentro, he concluido que el plagiador quizá no es consciente de que ha hecho un acto reprobable jurídicamente; de que ha engañado a sus lectores, lectoras y empresa (al no atribuir ni citar el origen de buena parte de su "pieza periodística"). Por eso, cuando la inmensa minoría que ha conocido el plagio me pregunta: "¿y no vas a hacer nada?", respondo que no.
No haré nada, aunque el artículo plagiado salga peor que el plagiario cuando alguien teclee en Google "Unamuno, gofio". Nada. Bueno, sí, aprovechar este hecho nimio para tratar de tener presente que la consciencia, el olvido, el autoengaño... quizá obedecen a ese "no más" filosófico, una grieta presunta y genuinamente humana y resbaladiza con que lidia la neurociencia. Aún. Por fortuna.