Me informo, luego existo: debatir no tiene sentido si solo pretendes doblegar en vez de aprender

Por David Ormeño @Arcanus_tco

¿Hasta qué punto es positivo defender una postura y no dejarse persuadir? Estar dispuesto a dar el brazo a torcer frente a argumentos fundados, tiene mucho más valor que intentar doblegar al adversario ciegamente. Joaquín Barañao analiza por qué.

Intenta responder las siguientes preguntas antes de leer las respuestas:

  1. Durante la Segunda Guerra Mundial, las autoridades británicas le mostraron al matemático húngaro Abraham Wald los balazos recibidos en sus aviones. ¿Dónde crees que sugirió reforzarlos?
  2. ¿Cuántas personas deben reunirse para que sea más probable que haya al menos un cumpleaños repetido?

  3. En los tiempos en que India pertenecía al Reino Unido, los gobernantes británicos veían con preocupación la abundancia de cobras venenosas en Delhi y sus inmediaciones. A objeto de reducir su población, ofrecieron recompensas en dinero por cada serpiente muerta. ¿Cuánto tiempo crees que transcurrió hasta que se extinguieron las cobras en la región?

  4. A inicios del siglo XIX, el economista David Ricardo planteó el siguiente ejemplo. Supongamos que el Reino Unido requiere de 100 horas-persona para producir un kilo de tela y de 120 horas-persona para producir un litro de vino. Portugal, mucho más eficiente, requiere de solo 90 horas-persona para producir un kilo de tela y de 80 horas-persona para un litro de vino. Dado que los portugueses son más eficientes en ambas industrias, no les conviene comerciar con los británicos. ¿Verdadero o falso?

¿Te animaste a resolver las preguntas? La lectura es más entretenida si lo haces. ¿Ok? Pues bien, aquí vas las respuestas:

    La respuesta de Wald fue: refuercen las áreas que no muestran balazos. La Real Fuerza Aérea recibió la conclusión con comprensible confusión, pero Wald estaba en lo correcto. La muestra observable era solo de los aviones supervivientes. Por lo tanto, los balazos evidenciaban secciones capaces de aguantar. Las secciones intactas, en cambio, sugerían que quien hubiese sido impactado ahí, no había vuelto para contarlo. Fue un trabajo seminal en el entonces incipiente campo de la investigación de operaciones.

4. Falso. Si ambos países se concentran en lo que hacen mejor, incluso aunque Portugal detente ventajas absolutas en los dos productos, ambos ganan. Es la base del principio de ventajas comparativas. Acá el detalle matemático.

¿Qué tienen en común estos cuatro casos?

¿Qué tienen en común estos cuatro casos, tan solo una selección de una lista que podríamos extender al infinito? Que el sentido común es con frecuencia muy, muy insuficiente para conducirnos a conclusiones certeras.

El circuito rápido del cerebro (lo que Daniel Kahnemann en su estupendo libro Pensar rápido, pensar despacio, llama el "Sistema Tipo 1") funciona de las mil maravillas para aquellos requerimientos que resultaron de millones de años de evolución en la sabana africana. La casi instantánea y claramente perceptible emisión de adrenalina ante las amenazas físicas, es exquisita prueba de ello. Sin embargo, fenómenos complejos y multivariados propios del mundo global para el cual no evolucionamos, exigen un tratamiento diferente. En esos casos, no podemos fiarnos del sentido común. Hay que agarrar lápiz y papel, y sentarse a pensar. O, mejor aún, consultar las conclusiones de quienes han agarrado lápiz y papel y se han sentado a pensarlo antes que nosotros. Y es hacia allá a donde quiero apuntar.

"Estoy dispuesto a ser persuadido"

Mi experiencia como polemista en El Definido y Twitter, me confirma una y otra vez la descorazonadora realidad de nuestro espacio discursivo: son demasiados quienes primero se aferran con garras y uñas a una posición, y luego se atrincheran para defenderla, sea cual sea la evidencia y/o argumentación que les pongan por el frente. ¡Fatal! El orden correcto es al revés: primero observar la evidencia y/o argumentación para adoptar una posición informada, y solo después defender dicha postura cuando surja el debate, con un grado de firmeza proporcional a la robustez de la evidencia y/o argumentación antes procesada.

Desde luego, de la infinidad de posibles temas de debate, solo respecto de una ínfima minoría manejaremos evidencia y/o argumentación de antemano. No somos bibliotecas andantes. Cuando divagamos en un bar y alguien se pregunta sobre si Chile debió adoptar un modelo federal en lugar de uno unitario, no se puede esperar que todos hayamos leído los últimos tratados de gobernanza. Mi sugerencia para ese tipo de casos (la inmensa mayoría) es muy simple, pero practicada por pocos: en lugar de adoptar una postura tajante para luego defenderla hasta las últimas consecuencias, plantear una "preferencia preliminar", supeditada a la evidencia que se ponga sobre la mesa. Nada más sano que plantarse frente al mundo de un modo más o menos así: "mira, yo pensaría que es preferible el sistema unitario al federal por [A, B, C], pero estoy dispuesto a ser persuadido".

Si entramos a la discusión con un enfoque de esa índole, no nos será difícil verbalizar luego expresiones del tipo "mira, no lo había pensado así" o "vaya, que contraintuitivo, siempre pensé que era asá, es lo que dicta el sentido común, pero los datos son los datos". Al final, a todos nos debiese interesar aprender, no tener la razón, y cambiar de opinión implica necesariamente aprender.

Si en cambio adoptamos una postura tajante, el orgullo herido hará extremadamente difícil concederle puntos al adversario, y ni hablar de derechamente recular. En el fragor de la batalla es muy, muy difícil expresar algo del tipo "sí, tienes razón, yo estaba equivocado".

Esto no implica transformarse en una ameba argumental sin convicción alguna. Hay ciertos temas, nuestros temas, sobre los cuales hemos reflexionado, discutido, contrastado evidencia, y adoptado una posición. Sobre aquellos, es razonable plantarse con firmeza. Pero, como se expresó más arriba, son una proporción mínima del universo de debates posibles que se asoman en reuniones sociales o en la arena del ciberespacio, pues rara vez manejamos información de antemano. E incluso en ese tipo de situaciones, una posición firme no implica una posición monolítica, que en lugar de escuchar nos lleva a esperar ansiosos nuestro turno para rebatir, sea lo que sea que el otro haya dicho.

La porfía ante el orgullo herido es algo muy requetecontra difícil de superar. No basta con tomar la decisión de cambiar, sino hay que ser capaz de modificar patrones de conducta metidos muy adentro en la mollera. Ahórrate años de terapia y opta por la solución sencilla: no te la juegues a fondo con tu postura inicial, salvo que se trate de una de esas pocas áreas que dominas bien, y enfrenta los debates con actitud más de aprender que de doblegar. A mí no siempre me resulta, pero estoy en eso.