Alejémonos por unos momentos de la política social y los servicios sociales, tan protagonistas en este blog, y vamos a adentrarnos en otros territorios aledaños, también interesantes, como son los que atañen a la conducta humana y más concretamente a su determinación genética.
Pero tranquilos, que no está el horno veraniego para bollos y no tengo el cuerpo como para reflexiones demasiado profundas. Y supongo que vosotros tampoco. Pero la noticia que os voy a exponer a continuación, no podía dejarla pasar.
Ahora van unos investigadores americanos y concluyen que las personas con ojos azules tenemos más riesgo de caer en el alcoholismo que las que no los tienen. Parece que los genetistas en cuestión dicen haber encontrado una relación entre el color de los ojos y la dependencia al alcohol y concluyen que los componentes genéticos de ambos fenomenos pertenecen al mismo cromosoma. Podéis ver aquí la noticia.
Como os digo, no voy a traer aquí la cuestión de si la conducta humana está determinada genética o ambientalmente. Me parece un debate estéril que las teorías de la complejidad (Morín, Bronfenbrenner...), incluso los últimos avances neurocientíficos, han superado hace tiempo.
Por eso tengo que confesaros que me irrita un poco la simplificación que subyace detrás de noticias como ésta. Me irrita esa búsqueda compulsiva de nuestra sociedad por encontrar explicaciones simples, (lo más individuales y biológicas posibles), a problemas que sólo acaecen detrás de una tupida red de fenómenos complejos e interrelacionados.
Pero voy a dejar esta reflexión, que os prometí no hablar en esta entrada de política social. Por mi parte, tengo los ojos azules y no me considero alcohólico (aunque tal vez sea porque no tengo conciencia de enfermedad, que esa es otra...). Pero me quedo mucho más tranquilo pensando que si alguna vez lo soy podré responsabilizar a mis genes.
Mientras, me voy con Wang de copas. Estais invitados... siempre que no tengáis los ojos azules... ¡No quiero líos!