¿Me lo tenés un segundo? (por Sylvia do Pico)

Por Mamikanguro @MamiKanguro

Hace rato que observo que las madres de chicos pequeños que circulan por la ciudad o veo en reuniones en casas de amigos tienen cara amargada. En realidad casi todas las mujeres que veo por la calle, en la playa, en la ciudad, que llevan bebés o chiquitos, tienen cara de no estar pasándola bien. Al principio pensé que era casualidad. Pero en algún momento empecé a juntar estadística. No se las ve felices. Sino apuradas, irritables, preocupadas, desvitalizadas, en franca contradicción con la imagen que muestra la publicidad dirigida a ellas.

Y aunque nunca compré el paquete que me querían vender sobre el lado rosa exclusivo de la maternidad (¿cómo podría teniendo hijos yo misma?), como es obvio leyendo lo que escribo para esta sección, me empieza a parecer que es difícil encontrar una mamá que esté contenta. No que diga, declare, exclame que está viviendo el mejor momento de su vida, sino que sea fácilmente observable su felicidad.

Otrora, palabrita que contra todo pronóstico se ha puesto de moda, la mujer en etapa de crianza formaba parte de un grupo de madres en la misma situación. Eran todas más o menos de la misma edad, y se encontraban en plazas, cocinas, jardines, parques de diversiones y confiterías a la salida de profesores particulares, colegios y otros lugares adónde se lleva a los pequeños. Ahora no necesariamente comparten franja etárea, no suelen juntarse a criar, y ni las propias hermanas, primas, abuelas y cuñadas están disponibles.

Tener un bebé es hoy una de los proyectos más complicados de realizar. No sólo porque hay más parejas con dificultades para quedar embarazadas sino porque la exigencia con respecto a la mujer está en un punto crítico. Y se da de patadas con la necesidad de esa mujer de desplegarse también como persona. Flaca, de piel suave, melena impecable (aunque sean rulos aparentemente desordenados, ese look hay que sostenerlo), aguda, enfocada e imbatible cual heroína de video juego, organizada, sociable, sonriente, inteligente, independiente económicamente, buena hija, buena hermana, buena tía, amiga y vecina, solidaria, de contornos nítidos y bien vestidos, dueña de un departamento propio si es posible, amante de película, presente pero no reclamona, sensible pero no llorona, actualizada, a la moda pero con vuelo propio y … madre irreprochable.

Aplicale la misma exigencia a la embarazada y veamos qué ocurre. La panza se empieza a hinchar, retenés líquidos asi que toda vos estás más (me cuesta largarte esta palabra) gorda. Durante los primeros cuatro meses, si es tu primer hijo, nadie se da cuenta de que esperás un bebé, sólo parecés más rellenita. La ropa no te entra pero te resistís a comprarte la que vas a necesitar por los próximos meses hasta último minuto, asi que hacés toda clase de malabarismos para entrar en la ropa “normal”. Los opinólogos (ver nota al respecto) hacen lo suyo y usan tu tiempo para exponer sus maravillosas ideas sobre la maternidad, el embarazo y el parto. Todos se creen dueños de la verdad. A tal punto que a veces se ponen a discutir entre ellos y dejan de prestarte atención. Ese es un buen momento para desaparecer silenciosamente.

Una vez que nace el heredero/a, los opinólogos siguen a toda vela con sus exigencias y recomendaciones contradictorias entre sí, pero hagas lo que hagas, tu tiempo disponible ahora está drásticamente reducido. Además, estás cansada desde el fondo de tu alma, con un cuarto de energía y un ruido fenomenal en la cabeza que es el que hacen todos los que comentan tu maternidad, tienen ataques de revisión histórica o siempre quisieron hacer y dar un curso de puericultora.

Si tenés más de un hijo, está el tema de los celos, las agendas infantiles diferentes y la limitación natural que tenemos las madres de la especie humana: sólo dos manos. Aunque todas somos contorsionistas y a la hora de lidiar con varios niños en situaciones complicadas usamos muslos, rodillas, cintura, cuello, boca, dientes y pies, todo recurso termina siendo poco.

Sospecho que se sienten solas, sobre exigidas y desilusionadas. Que soñaban que iba ser distinto y mejor. Que no sólo necesitan más tiempo para ellas, un pequeño espacio de tranquilidad para recargar las pilas y volver a la tarea de ser madres con mejor ánimo, sino que las ayuden mejor a ocuparse de los chicos. No tanto que les saquen los chicos de encima sino que la nutran y protejan a ella para que ella pueda ocuparse a su vez de esos chicos. Y disfrutar de hoyuelos, gorjeos y pequeños pasos como lo soñaron.