Allí todos tenían que hacer un papel ultimando el preestreno. Pero ella tenía que llevarlos a todos, y nos había confesado un secreto: su terrible enfermedad. ¿Pero era cierta? ¿Eran esas marcas el comienzo de algo irreversible? Tenía que preguntarle, y hacerle ver que también lo sabía. Y que estaría siempre con ella, que no se preocupara, y que iría todo bien. Pero temía que se fuera sin poder hablar con ella y sin que advirtiese mi presencia. Tenía que decírselo pero los críos entraban constantemente, y molestaban, y ella era algo esquiva, quizá temerosa de que me abalanzara. Al final se lo decía, en aquel cuarto oscuro, lleno de luces y bullicio.
Le daba la mano como hace el amigo, con la esperanza de que lo entendiera y me mirara por fin a los ojos. Y me mirara de verdad.
Sueño de julio