¿Me quieres?

Por Bergeronnette @martikasprez
Eva se acercó a la habitación de Juan. En silencio, abrió poco a poco la puerta, y se coló dentro. Juan estaba estudiando sentado como un indio, con las piernas cruzadas sobre la silla del respaldo azul, delante de la mesa, tenía un libro de matemáticas abierto por la página de problemas, y un cuaderno con tachones, en el que estaba en ese momento, borrando con su goma cuadrada una operación.
Eva se sentó sobre la cama. Miró al techo, donde hacía unos días, habían puesto unas estrellas blancas, que brillaban cuando apagaban la luz. Las habían comprado en la tienda de revistas de su barrio. Eran blancas en el papel, y había de todos los tamaños, también había un par de planetas, que eran los más grandes de toda la bolsita, que Eva se había empeñado en poner justo encima de la almohada.
-“Es que así, Juan, cuando viajemos en la nave espacial, y contemos hacia atrás, estaremos más cerca de esos planetas. Como los del cuento del niño-príncipe.” -“El Principito.” -“Ese.”
Juan había pegado también un par de estrellas, al lado de esos planetas.
-“Eva, las ponemos tan cerquita por si te duermes antes de llegar. Así seguro que tendrás dulces sueños.”
A eso Eva, no había podido protestar, ella era más pequeña que su hermano, y viajar en la nave espacial imaginaria, aunque emocionante, era agotador.
La madre no sabía que Juan había comprado las estrellas blancas para quitarle el miedo a su hermana, ni, mayormente, que las había pegado al techo. Juan solía irse solo a la cama, con el beso de buenas noches dado ya después de lavarse los dientes. Juan encendía la luz un ratito, mientras afilaba algunos de los lápices de colores de su escritorio para el día siguiente, o mientras le contaba una historia de brujas o piratas a su hermana Eva, y después se acostaba, se arrebujaba entre las sábanas, y apagaba la luz de la mesilla. Era entonces, cuando Eva se subía a su cama, se metía con él entre las sábanas, y tras cogerle fuerte del brazo, le decía que no la soltara.
-“Me da miedo la oscuridad, Juan.” -“No seas tonta. La oscuridad es el sitio donde descansa el sol después de estar todo el día dando vueltas.” -“Ya, vale, pero es que no se ve nada. Y si hay bichos que me quieren hacer pupa?” -“Yo no dejaré que te hagan daño, guapa, les asustaré antes de que vengan.” -“¿Me lo prometes?” -“Te lo prometo.”
Esa tarde, Eva había escuchado como el papá de Juan lo reñía. Le decía que tenía que dejar de pensar que tenía una hermana imaginaria, que ya era muy mayor para esas tonterías. Juan no le había contestado. Pero se había ido muy triste a la habitación.
-“¿Has llorado, Juan?”
Éste se volvió, sorprendido por escuchar a Eva.
-“Hola, ¿cuando has entrado? No te he oído.” -“He entrado sin hacer ruido, no quería molestar.” -“Nunca molestas, tonta.” -“¿Me quieres, Juan?” -“Claro. ¿Porqué lo dices?” -“Es que yo soy tu hermana.” -“Sí, lo eres.” -“Pero él ha dicho que soy imaginaria.” -“No le hagas caso. Yo te quiero un montón, así de grande.”
Y abriendo los brazos, Juan le explicó a su hermana Eva cuanto de grande la quería. Eva sonrió, enseñando el hueco que tenía tras caérsele su primer diente.
-“Jo, es que pensaba que ya no me querías, y que no me contarías más cuentos, y que no viajaríamos más en la nave espacial, y que tampoco iríamos a ver los muñecos de navidad, ni jugaríamos con las bolas de nieve...” -“No pienses eso, boba, que te quiero como... Mmm, las flores quieren a la luz de sol. O como las veletas de gallos al viento.” -“¿Como los perros a los árboles?” -“También. O como tú y las chuches.”
-“Jaja, que tonto eres, Juanito. Pues yo te quiero mucho, mucho, mucho, infinito.” -“¡Hala! Eso es mucho. Hasta las estrellas?” -“Sí, hasta las estrellas.”
Eva se quedó contenta, y mientras abrazaba la almohada, se quedó dormida. Juan volvió a su cuaderno para terminar sus deberes de matemáticas. La niña imaginaria había olvidado la riña de Juan con su padre. Y Juan pensaba en que Eva era tan dulce que nunca se cansaría de contarle cuentos. Aún cuando él creciera, y ella siguiera siendo una niña.