Siempre tuve curiosidad por saber qué colección me había tocado hacer: ¿Coches clásicos? ¿Animales del mundo? ¿Fauna y flora? ¿Compositores? ¿Personajes famosos?
Pasaba las horas muertas pensando en ello. Cuando me quise dar cuenta abandoné la cuna y ocupé una cama inmensa. Era una manera de identificar que me iba haciendo más grande. Sin embargo, todavía sentía curiosidad por conocer la temática de los cromos que pegaría en ese maravilloso álbum que me regalaste el mismo día de mi nacimiento.
Los años pasaron. El triciclo, dejó paso a la bicicleta. La bicicleta, cedió su hegemonía a una vieja motocicleta. La vieja motocicleta fue sustituida por un coche.
Los juguetes de la infancia fueron acomodados en cajas de cartón. Te ocupaste de arrinconarlas bien, en aquél lugar donde esperabas nunca fueran recuperadas. En una de ellas, al fondo, guardaste ese álbum que nunca tuve conciencia de haber cumplimentado con los cromos.
Hoy, cuando mi cabello anuncia las primeras canas y las arrugas dibujan en mi rostro un amplio mapa de experiencias, me doy la oportunidad de descubrir el gran secreto. Decido volver a aquella casa, bajar las escaleras que me llevarán al sótano. Enciendo la pequeña linterna y enfocó su luz al rincón. Allí, las cajas. Una a una, las subo al salón para abrirlas con calma. Sé que me evocarán recuerdos aquellos indios y vaqueros; aquella pelota; aquel muñeco que tanto tiempo me acompañó y se convirtió en el guardián de mis secretos. Las primeras lágrimas, no tardan en aparecer.
Una caja. Solamente queda una caja. La abro con la lentitud del que sabe que ese dulce momento terminará con ello. Cuentos, libros y al fondo, el álbum. Aquel álbum en el que nunca pegué un cromo.
La sorpresa me acongoja cuando al abrirlo lo veo lleno de cromos desconocidos por mí. No doy crédito. Decido abrir bien las persianas y sentarme en el sillón en el que mi padre mecía mis sueños y mi madre escuchaba, con infinita paciencia, mis aventuras de lo que llegaría a ser de mayor.
El álbum completo de cromos. La colección completa. La única vez que he cumplimentado un álbum y yo sin saberlo ¿quién se habría encargado de hacerlo?
Uno a uno, fuí viendo cada uno de los cromos. En el número uno estaba “eres un desastre”; en el dos “¡Qué torpe eres!”. Le seguían “¿no eres tan bueno como tu hermano?”; “¡Estoy esperando que alguna vez hagas algo bueno!”; “Todavía te haces pis en la cama”; “Mira que eres desordenado”; “Nunca llegarás a nada en la vida”; “No eres nada inteligente, además te estás poniendo gordísimo”;…
Las lágrimas iniciales de emoción, dieron paso a un llanto desconsolado. Era incapaz de poner nombre a lo que sentía. Identifiqué frases de mis padres, mis hermanos, mis profesores, mis amigos. Sentencias que, una a una, me convirtieron en el hombre que soy hoy. Si me hubieran pedido una palabra para titular el álbum, hubiera usado la de “rechazo”. Me fijé de nuevo en la portada del álbum y allí presidía bien grande el título de la colección:
“MI AUTOESTIMA”
La tarde rozaba la despedida. Lentamente fuí pasando las hojas. Al llegar a las últimas comprobé que estaban totalmente en blanco, sin los cromos pegados. No recordaba haberlas visto cuando realicé una primera visual del álbum ¿Qué significarían aquellas hojas en blanco?
Pasados unos días, escribí en un papel una lista de palabras:
Perdón, hacia aquellos que lo hicieron lo mejor que supieron.
Aceptación, de lo que soy.
Gratitud, hacia el aprendizaje recibido.
Decisión, ante los cromos que quería pegar en los recuadros en blanco.
Amor hacia mi YO.
Una vez acabada la lista. Encendí el ordenador de mi hijo. Busqué la carpeta “Album”. Eliminé los cromos que había ido pegando durante estos años y decidí poner otros que reflejaban más la verdadera identidad de él. Sé que algún día, él descubrirá esa carpeta. Quiero que cuando llegue ese día, sus lágrimas de emoción, sigan siendo eso. Lágrimas de alegría.
Al acabar, miré la pantalla, esperando a que el ordenador se apagara. La luz del sol, permitía verme reflejado en ella. Al fijarme bien en ella, descubrí la imagen de mí, siendo niño. Nunca olvidaré ese guiño y esa sonrisa de cariño y lo que el cursor empezó a escribir: “Me quiero”.
“No vemos las cosas como son, las vemos como somos”
(El Talmud)