El pueblo judío, en los tiempos de la santa Maricastaña se dedicaban, mayoritariamente, al pastoreo en terrenos inhóspitos y polvorientos, alejados del mar. Entonces se prohibió el consumo, entre otros animales, del cerdo y de todos los mariscos y bivalvos. En aquella época, este veto tenía lógica: los cerdos son animales que requieren mucha inversión y son poco sostenibles para terrenos áridos. Si el pastoreo porcino en medio del desierto es desaconsejable, imaginad tomar una ración de gambas o una docena de ostras “fresquitas”… bien, lo que era una prohibición juiciosa, se volvió imperativa hasta nuestro días, como tantas otras simplezas repartidas en miles de culturas diversas.
Muchas normas se adaptan a la población en función de sus necesidades, pero sobre todo se redactan a la medida de sus limitaciones. Y por eso esta cumbre (me) Rio+20 no puede considerarse un fiasco, ya que las expectativas eran ridículas aún antes de que comenzase. Así que no le vamos a dedicar palabras de más a este paripé organizado, que habrás costado un dineral y toneladas de CO2. Para no ser menos que los países desganados que van por ir (si es que van), desde ya firmamos un acuerdo en el que prometemos que jamás nos gastaremos un millón de euros en un deportivo rosa, y que nunca escalaremos el Aconcagua vistiendo un tanga de leopardo. Palabrita del niño Jesús.
Miren ustedes, que les hagan perder el tiempo a otros. Sinceramente, esta mamarrachada no se merece ni dos líneas.
El único vestigio de cordura, aquí, off the cumbre. Al menos los ciudadanos se mueven por un mundo mejor.