Revista África

Media maratón de Formentera. Una carrera por los niños de Uganda

Por En Clave De África

(JCR)
Cuando ayer, 15 de mayo, crucé la línea de meta de la media maratón de Formentera, me acordé de aquel nadador de Guinea Ecuatorial que no había visto una piscina olímpica en su vida y tras llegar el último en una prueba durante los juegos de Sydney salió del agua preguntando si había ganado. A mí más bien me dieron ganas de preguntar si había llegado el último, por eso cuando me dieron mi diploma acreditando que había corrido los 21 kilómetros en dos horas y ocho minutos y que había llegado en el puesto 635, me consolé pensando que aún quedaban unos 200 corredores detrás de mí.

Desde mis años mozos, nunca he sido muy agraciado para el deporte. En clase de educación física siempre fui incapaz de saltar el potro, y cuando jugaba al fútbol nadie me quería tener en mi equipo porque en las raras ocasiones en que cogía la pelota podía acabar metiendo un gol en mi propia portería. Pero un día descubrí que podía aguantar mucho tiempo corriendo, mucho más que mis compañeros de clase que fumaban y bebían más de lo debido mientras yo solía llevar una vida más regular en mis años de adolescencia, y desde entonces he procurado correr regularmente allí donde me encuentre. Desde hace pocos años, cuando el tiempo me lo permite, me apunto a alguna carrera popular, y la de Formentera era muy especial para mí.

Lo era, porque un amigo de la ONG donde trabajo, Red Deporte y Cooperación, Javier Colomo, gracias a sus contactos con el Consell de Formentera, hizo posible que nos entregaran un donativo de mil euros con ocasión de la prueba deportiva. El dinero lo emplearemos en un proyecto que apoyamos en Kitgum, en el norte de Uganda. Es un lugar muy querido para mi, ya que durante la década de los años 1990 trabajé allí nueve años, y vuelvo allí cada vez que puedo. Una amiga de mi familia, Teddy Ayoo, empezó en 2006 a recoger a niños discapacitados en situación muy precaria. Muchos de ellos vivían en la calle, víctimas de una situación de abandono agravada por una guerra que se extendió de 1986 a 2007 y en la que los niños han sido las principales víctimas.

Con ayuda de donativos particulares, mi ONG empezó enviando una ayudad de 6000 euros con las que se hicieron unas pistas deportivas muy básicas. Más tarde, con la ayuda de Javier Colomo, hemos ido enviado distintos fondos para terminar un bloque de cuatro aulas y asegurarles tres comidas al día. Una de las grandes ideas que ha puesto en práctica ha sido la de proporcionar un dorsal solidario con el nombre de Kitgum, que muchos de los corredores ayer lucían en sus espaldas y que son una fuente de donativos de quienes querían colaborar. He aprendido mucho de esta experiencia, sobre todo que en el mundo del atletismo se encuentra uno con personas generosas que están dispuestas a colaborar con causas para ayudar a los más desfavorecidos.

Con mis 90 kilos y pico a cuestas y con el medio siglo de vida ya pasado, reconozco que estoy poco dotado para el deporte, y simplemente hago lo que puedo. Anteriormente había corrido dos medias maratones: una vez en Nairobi, donde la altitud pone los pulmones a prueba y agota en seguida, y la segunda en Kampala, donde tardé tres horas en completar la distancia y apenas pude arrastrar las piernas durante los últimos cinco kilómetros. Ayer me resultó más fácil. Acompañó el tiempo, nublado que dio tregua al calor del día anterior, y ayudó el hecho de que los primeros kilómetros fueran cuesta abajo. Correr de un extremo al otro de una isla tan bonita se me hizo más llevadero pensando en los niños y niñas sordos de Kitgum. Fue un pequeño gesto de solidaridad, una realidad que da dignidad a todo lo que se hace y que se convierte en un impulso para seguir adelante, tanto en la vida como en algo más anodino como puede ser una carrera popular.


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