Medicina en un torbellino

Publicado el 14 febrero 2017 por Elarien
Este año, el día de urgencias y de atención a los Rendu-Osler ha cambiado al martes. No parece que haya fallado el sistema de aviso, ni tampoco mi facilidad para complicarme la vida sin ayuda, así que el martes es un día que apenas me da tiempo a respirar. A veces creo que debería de ver a algún psiquiatra porque me encanta lo que hago, y no me importa no parar. Supongo que los pacientes son los culpables de mi "enfermedad", lo cierto es que con los Rendu-Osler tengo la sensación de contribuir a algo útil, de servir de ayuda y siento que confían en mí. La Asociación HHT es como una familia y soy un miembro más, a veces lo comparo a adoptar pacientes, y sé que suena cursi y anticuado pero me siento honrada de que me permitan adoptarles. Es muy satisfactorio, no solo a nivel profesional sino también personal.
Después de la sesión me paso por la consulta para empezar la mañana con las primeras urgencias. Si aún no ha subido ninguna, me bajo a urgencias a buscarla, y a nadie le extrañará el que siempre encuentre alguna. A lo mejor los médicos de puerta no me habrían llamado, pero ya que me ofrezco no van a rechazarme. Los enfermos tampoco me ponen pegas, pienso que porque no se atreven.
El box de urgencia suele ocuparse con pacientes sangrantes, muchos de ellos anticoagulados, hay mañanas de epidemia. Como total el camino a recorrer por el paciente y por mí es el mismo, agarro la silla de ruedas y me la subo a la consulta. Cosa rara, en la sala de espera nadie se levanta a preguntarme nada, pocas cosas hay más disuasorias que llevar a alguien cubierto de sangre. Ya encontrarán a otra bata blanca menos ocupada, incluso es posible que sea yo misma cuando termine con ese paciente y salga a llamar al siguiente: ¿dónde está oftalmología? (al fondo del todo), ¿es esto ginecología? (no, es por el otro pasillo), ¿y traumatología? (una planta más abajo), por preguntar a veces te dan hasta el nombre de su familiar ingresado por si te sonase y supieses dónde está.
En la consulta simulo una confianza que no siempre tengo, opino que para ser médico uno debe ser optimista, no tiene sentido tirar la toalla de antemano, y menos aún ante un enfermo para el que se supone eres su tabla de salvación. Si estás ahí, es para intentar solucionar el problema. La tenacidad, comúnmente conocida como cabezonería, se considera una virtud en la práctica médica, es algo que te lleva a luchar por el paciente sin rendirte y a transmitirle ese espíritu de lucha que tanto necesita. Tampoco es mala idea aprovechar el éxito de un caso para tranquilizar al siguiente, un ejemplo siempre es la mejor prueba. Entrar con un enfermo cubierto de sangre y sacarlo al rato seco, limpio y aseado causa buena impresión.
No solo hay que pelearse con la hemorragia, el más difícil todavía es contestar a la vez al teléfono y al busca, ambos coinciden más de lo achacable al azar, no obstante la prioridad es el enfermo y si requiere nuestras dos manos, los que llaman tendrán que volverlo a intentar (por desgracia no dispongo de una secretaria personal para atenderles). Aún así conviene confirmar que el número no es el de la UCI. Muchas llamadas de urgencias se resuelven con decir que suban al paciente, es una respuesta más breve y satisfactoria para el que la oye, y el tiempo que se gasta en discutir y dar explicaciones suele ser casi tan largo como el que se tarda en ver a muchos enfermos.
A lo largo de la mañana se acumulan los Rendu, las revisiones sin cita y las urgencias. Si alguno se complica, a otros les tocará esperar. Aún así nadie se queja, creo que todos son conscientes de que hago lo que puedo, y si alguna consulta se queda libre la aprovecho para multiplicarme durante un minuto. Anestesiar la nariz es fundamental antes de cualquier manipulación, y esos minutos son preciosos para escribir un informe, poner un tratamiento, echar un vistazo a otro paciente, asomarse a la sala de espera, responder al teléfono o cursar cualquier papeleo. Se trata de rentabilizar el tiempo, y a veces incluso es posible ir al baño.
La mañana se pasa sin sentir, y casi sin sentarse. Sin embargo, salgo del hospital con una sonrisa, ¿la de la euforia de la aventura o la del deber cumplido?