Medidas económicas y tiendas MLC a debate: La opinión de un joven

Publicado el 03 agosto 2020 por Santamambisa1

No soy economista, pero considero la profesión una fuente de luz en caminos escabrosos. Confieso llevo días muy atento a los acontecimientos, leyendo opiniones, con o sin fundamento; discutiendo con compañeros y con el obrero “en la pincha”; luchando contra mis propias contradicciones e ignorancias. Esta no es una opinión representativa, es solo el derecho de un joven a expresar lo que siente.

El nuevo paquete de medidas económicas adoptado por nuestro gobierno ha desatado el debate nacional y la consecuente heterogeneidad de pareceres. El insomnio crónico de quienes se enfocan en buscar soluciones, la marejada de intercambios cruzados, así como la disposición de participar desde nuestro pedacito, me atan al papel cual obligación impostergable.

Lo primero que observo en el análisis es el desgaje de las medidas, como estancos independientes, obviando que hablamos de un “paquete”. No del “pakete” de la semana, donde hay quienes copian series, películas o solo los videos de sus youtubers preferidos; esta carpeta hay que copiarla entera, porque cada medida forma parte de un enfoque de la solución del problema, y ninguna, por sí sola, es la solución. Por eso hay que ver el llamado Plan de Acciones de Recuperación Económica con una visión holística, componente integrante, y no discordante, del sistema de decisiones que se han venido adoptando desde hace unos años y cuyas bases fueron aprobadas en su momento por todo el pueblo y en el seno de los diversos órganos de participación y poder popular. La “Conceptualización del Modelo Económico y Social Cubano de Desarrollo Socialista”, las “Bases del Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social hasta el 2030”, los “Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución para el período 2016-2021”, y la Constitución de República, sustentan lo antes expuesto.

En ese sentido, la industrialización de la agricultura; la producción de alimentos; la mayor autonomía empresarial; el diseño de la micro, pequeña y mediana empresa; el perfeccionamiento del trabajo en el sector no estatal y su posibilidad de importar y exportar; el incentivo a la Inversión extranjera directa; la segmentación del mercado mayorista y minorista; la eliminación del gravamen al dólar; y la venta de productos en Moneda Libremente Convertible (MLC), tienen como objetivos el aumento de la productividad del trabajo, la adquisición de divisas, y la formación de valores que permitan invertir o redistribuir las riquezas en beneficio de la mayoría. Los frutos o excedentes alcanzados no irán a parar al bolsillo de los directores de empresas, ni a cuentas particulares de los banqueros, sino a la mesa del cubano, y esa es una garantía.

Lo primero, cuando uno choca con esta nueva realidad, es adoptar una postura ante la necesidad del cambio. La actual situación económica que vive el país no es la que soñaron los asaltantes del Moncada, ni la que impulsa la continuidad de los guerrilleros del 59, ni la que espera el pueblo de Cuba. Ante esa polémica, no es de cubanos quedarse de brazos cruzados, sentarnos a esperar que caiga el imperio por su propio peso, o que una mañana, mientras cepilla sus dientes, el nuevo emperador de turno decida levantar el Bloqueo. Se puede bloquear un Estado, una pequeña isla, próxima y escasa en hidrocarburos, pero no se ha podido ni podrá bloquearse la picardía, el espíritu innovador y emprendedor de once millones de cubanos impulsando activamente su economía.

De ahí que el Presidente Díaz Canel dispare, certero: “No podemos seguir haciendo lo mismo en el ámbito de la economía, porque de esa manera no se obtienen los resultados que necesitamos (…). El peor riesgo estaría en no cambiar, no transformar y perder la confianza y el apoyo popular.” Lo cual nos lleva al imprescindible encuentro con Fidel para atender que Revolución es “sentido del momento histórico”, y “cambiar todo lo que deba ser cambiado”. La Revolución es eso precisamente, el cambio constante y permanente para emanciparnos totalmente y con nuestros propios esfuerzos.

Para nadie es un secreto la focalización y desmembramiento dentro del conjunto de transformaciones, de la medida encaminada a la diversificación de tiendas y ventas de productos en MLC. Reacción popular que no extraña ni carece de lógica, por el contrario, como han señalado otros “escribidores” o valientes exponentes “del tema”, requiere de interpretación y pronunciamiento por parte de todos los actores sociales. No obstante existir otras decisiones de igual o mayor trascendencia, el debate se ha centrado en la ampliación y diversificación de las tiendas en MLC; de ahí a que esta opinión aborde el tema en cuestión.

La “normalidad” de las reacciones radica en la “a-normalidad” de la medida, que rompe esquemas hasta ahora socialmente aceptados y defendidos. Los argumentos anteriores se agravan en momentos de agudización de la crisis económica a causa del COVID 19 y la directamente proporcional escasez de artículos de primera necesidad en las tiendas en moneda nacional.

La decisión de vender productos de esta índole en MLC nos ha impactado a todos. He sostenido acaloradas y aportadoras discusiones en la casa, la fábrica, la mesa de dominó y las redes sociales. También albergo temores sobre los riesgos y posibles consecuencias negativas que traerá consigo esta medida; pero la contradicción fecunda que he retenido en estos días, y el silencio voluntario y tributario del análisis, me han llevado a entender su necesidad.

La apertura de tiendas en MLC, ya es, per se, una medida destinada solo a un sector de la sociedad que por diversas vías adquiere este tipo de moneda. Si bien no es destinataria la mayoría de la población, el peso económico de este grupo es innegable. La venta de productos permitirá al país adquirir divisas y contribuirá a impedir el debacle económico al que puede arrastrarnos la profunda crisis internacional actual y pos pandémica, la paralización del turismo internacional y las afectaciones al sector terciario, por causas similares, sumando la evidente hostilidad por parte del gobierno de EEUU. No obstante, y como se ha recalcado en el propio discurso oficial, lo fundamental radicará en nuestra capacidad para generar riquezas a partir del trabajo.

La recaudación de divisas no solo permitirá ampliar y mejorar gradualmente la oferta en estos establecimientos, sino, contar con un excedente con valor de cambio en el mercado internacional, que posibilitará invertir en otros sectores y de alguna forma ayudar a surtir las tiendas en CUP y CUC. Desde esa óptica de distribución y redistribución la medida empieza a cambiar sus colores.

Es cierto que nos resulta impactante la diferencia de ofertas en productos de primera necesidad; es cierto que esto abrirá brechas no deseadas; que generará el peligro de nuevas distorsiones; y que afecta la sensibilidad del trabajador que se muele el lomo a diario pero no maneja euros o USD; pero también es cierto que a corto y mediano plazo tendremos un poco más de pollo, aceite, jabón, detergente, pasta de diente….., en las tiendas en que todos podemos comprar; empero, no es lo mismo tener derecho a la compra, que tener dinero para la compra, de ahí la importancia de seguir reafirmando el valor del trabajo y la importancia de la producción como bases de nuestro desarrollo económico.

La medida, además, parte de una realidad: hasta el momento, esas mismas divisas que hoy se invierten en Cuba, estaban circulando en mercados externos, en beneficio también de solo un sector de la población. Hoy es dinero que se queda en nuestros bancos y no va a parar a manos de comerciantes en México o Panamá, o a la alcancía de quien revende productos del exterior en Cuba. La distribución socialista de la producción y el interés del gobierno revolucionario en función de la alimentación son innegables. Nuestra historia reciente derrumba cualquier conjetura.

El contexto no deja de ser chocante, pero la encrucijada cubana entre tres pandemias: Bloqueo, COVID 19 e insuficiencias internas, la transforman en un mal necesario. Desgraciadamente no vivimos en el comunismo, no estamos en una sociedad perfecta; mucho menos dentro de una burbuja ajena a la economía mundial, ni con socios que compartan valores y mecanismos socialistas de intercambio.

Vuelvo a refugiarme en Marx cuando intento desentrañar los fenómenos y encontrar una herramienta para evaluarlos críticamente:
“(…) la liberación real no es posible si no es en el mundo real y con medios reales, que no se puede abolir la esclavitud sin la máquina de vapor y la mule Jenny, que no se puede abolir el régimen de la servidumbre sin una agricultura mejorada, que, en general, no se puede liberar a los hombres mientras no estén en condiciones de asegurarse plenamente comida, bebida, vivienda y ropa en adecuada calidad y en suficiente cantidad (…). Alto grado de desarrollo de las fuerzas productivas (…) constituye también una premisa práctica absolutamente necesaria, porque sin ella solo se generaría la escasez, y por tanto, con la pobreza, comenzaría de nuevo, a la par, la lucha por lo indispensable y se recaería necesariamente en toda la porquería anterior”.

Por lo tanto, el impulso de las fuerzas productivas y el bienestar social no solo son premisas del desarrollo, sino del Socialismo sostenible y del marxismo mismo.

En medio de la jungla de opiniones provoca risa el fetichismo de la crítica contaminada, la hipocresía de personajes que durante todos estos años han vivido atacando las aspiraciones de igualdad de la Revolución. Suelo leer, risueño, los “profundos” análisis desde puntos de vista “marxistas”, de los detractores de Marx y el Socialismo. Ahora podemos verlos hablar de clases sociales, defender a las mayorías con el oportunismo clásico de quien encabrita a las masas para imponer los intereses de una minoría traidora.

Resulta igualmente intrascendente al debate nacional, el “aporte” de defensores de sistemas donde este tipo de medidas resultan cuando más “moderadas”, pero que al tratarse de Cuba se convierten en “el acabose”. Sin mencionar la expresión desesperada a oídos sordos de quien cobra por hablar mal de su país. Cualquier decisión, por polémica que sea, adoptada en Cuba es soberana y merece debate; consejos de corsarios van sin leerse a la papelera de reciclaje.

Importante e imprescindible en estas horas el papel de los jóvenes. El proyecto de desarrollo que ha asumido el país de cara al 2030 tiene en ellos a su principal ejecutor y destinatario. La participación en la construcción de las mejores maneras de concretar las políticas y el análisis crítico de su implementación, son aspectos en los que no podremos estar ausentes. Llama la atención que sea precisamente la juventud quien esté inmersa en las renombradas tiendas en MLC; quién con mayor facilidad se adapte y entienda los cambios, y al mismo tiempo, no esté ajena al debate nacional, sino que lo protagoniza con fuerza y entusiasmo.

Hay elementos y problemáticas pendientes que subsisten en nuestra economía que superan el alcance de estas medidas y requieren de urgente y pertinaz tratamiento. Sumado a esto, corresponde a la Revolución, como concreción de la actuación conjunta del Estado y la sociedad, enfrentar y mantener a raya los desmanes y vicios que pueden derivar de las últimas decisiones. Revendedores, especuladores, abusadores y mercaderes ilegales de divisas, requieren ahora, más que nunca: enfrentamiento.

Confío en la esencia humanista del proyecto que construimos, lo he comprobado en mi accionar diario y consciente. Defenderé y apoyaré las medidas con espíritu crítico y renovador.

Por: Raúl Alejandro Palmero Fernández