Cuando era un niño, me entusiasmaban las leyendas e historias que me contaban de Medina Azahara, muchas de las cuales aún recuerdo. O creo recordar. Que si contaba con un estanque repleto de mercurio que iluminaba todo el palacio; que si vivían cien, doscientas, trescientas mil personas en su interior, que si plantaron miles de almendros en los alrededores para que, cuando florecieran, diera la impresión de que había nevado; que si su nombre hace referencia a una historia de intenso y almibarado amor. Esa Medina Azahara de mi infancia, de fábula y ensueño, fantasmal en gran medida, en cierto modo se mantuvo en mi percepción durante bastante tiempo, puede que necesitado de aferrarme a la épica o a la leyenda. No recuerdo la primera vez que la visité, en aquellos años que constituía casi una expedición a lo desconocido, porque Medina Azahara estaba muy lejos de Córdoba, y no solo hablo de kilómetros, de distancia métrica. Preferíamos aferrarnos a los cuentos para niños, a la historia revisitada, cuando no inventada, antes de poner los pies sobre la realidad. De aquella primera visita que soy incapaz de datar, muy niño, en cualquier caso, sí conservo una imagen concreta. Una mota de realidad entre la bruma de la infancia. Extendidas sobre la tierra, entre los jaramagos, miles de fragmentos de mosaicos, de capiteles, de columnas, etc., que algunos visitantes tomaban sin el menor pudor, guardaban en sus bolsillos o mochilas y se llevaban a sus casas como si se tratara de un recuerdo que se compra en una tienda de souvenir. Esa imagen siempre la voy a recordar, porque aún, varias décadas después, me sigue impresionando. Porque en esa imagen se resume buena parte de trayectoria de Medina Azahara, la de una belleza robada, un esplendor ultrajado, la leyenda profanada. Una historia de expolio y olvido que, afortunadamente, tenemos la oportunidad de revertir.La pasada semana, Alfredo Asensi exponía en la sección de cultura de este mismo periódico el gran reto al que se enfrentaba el monumento y el camino que nos quedaba por recorrer, bajo el epígrafe “Los desafíos de Medina Azahara”. Coincido plenamente en su argumentación, porque más allá de la designación como Patrimonio Mundial, por parte de la UNESCO, que lo será, tal y como nos sucedió y reiteré con la Capitalidad Cultural que deberíamos estar disfrutando en este preciso momento, lo más interesante, lo verdaderamente enriquecedor de estos procesos es el camino a recorrer, hacer camino, hacer, avanzar. Indiscutiblemente, ya hemos recorrido camino, en la actualidad Medina Azahara nada tiene que ver con ese yacimiento abandonado y expoliado... sigue leyendo en El Día de Córdoba
Cuando era un niño, me entusiasmaban las leyendas e historias que me contaban de Medina Azahara, muchas de las cuales aún recuerdo. O creo recordar. Que si contaba con un estanque repleto de mercurio que iluminaba todo el palacio; que si vivían cien, doscientas, trescientas mil personas en su interior, que si plantaron miles de almendros en los alrededores para que, cuando florecieran, diera la impresión de que había nevado; que si su nombre hace referencia a una historia de intenso y almibarado amor. Esa Medina Azahara de mi infancia, de fábula y ensueño, fantasmal en gran medida, en cierto modo se mantuvo en mi percepción durante bastante tiempo, puede que necesitado de aferrarme a la épica o a la leyenda. No recuerdo la primera vez que la visité, en aquellos años que constituía casi una expedición a lo desconocido, porque Medina Azahara estaba muy lejos de Córdoba, y no solo hablo de kilómetros, de distancia métrica. Preferíamos aferrarnos a los cuentos para niños, a la historia revisitada, cuando no inventada, antes de poner los pies sobre la realidad. De aquella primera visita que soy incapaz de datar, muy niño, en cualquier caso, sí conservo una imagen concreta. Una mota de realidad entre la bruma de la infancia. Extendidas sobre la tierra, entre los jaramagos, miles de fragmentos de mosaicos, de capiteles, de columnas, etc., que algunos visitantes tomaban sin el menor pudor, guardaban en sus bolsillos o mochilas y se llevaban a sus casas como si se tratara de un recuerdo que se compra en una tienda de souvenir. Esa imagen siempre la voy a recordar, porque aún, varias décadas después, me sigue impresionando. Porque en esa imagen se resume buena parte de trayectoria de Medina Azahara, la de una belleza robada, un esplendor ultrajado, la leyenda profanada. Una historia de expolio y olvido que, afortunadamente, tenemos la oportunidad de revertir.La pasada semana, Alfredo Asensi exponía en la sección de cultura de este mismo periódico el gran reto al que se enfrentaba el monumento y el camino que nos quedaba por recorrer, bajo el epígrafe “Los desafíos de Medina Azahara”. Coincido plenamente en su argumentación, porque más allá de la designación como Patrimonio Mundial, por parte de la UNESCO, que lo será, tal y como nos sucedió y reiteré con la Capitalidad Cultural que deberíamos estar disfrutando en este preciso momento, lo más interesante, lo verdaderamente enriquecedor de estos procesos es el camino a recorrer, hacer camino, hacer, avanzar. Indiscutiblemente, ya hemos recorrido camino, en la actualidad Medina Azahara nada tiene que ver con ese yacimiento abandonado y expoliado... sigue leyendo en El Día de Córdoba