Solemne, íntegro, digno: los grandes jefes no necesitan corbata
No es bueno escribir bajo la influencia del enfado: ayer me lo dijo Marcelo y, como soy tozudo, no le doy toda la razón (pues me lo paso de maravilla destripando a quien se lo merece), pero sí una buena parte. Lo malo es que me quedo un porcentaje que ya es suficiente: ya sé lo que dicen de los panes y los vinos y los peces y el agua (los que creen), pues creedme: soy capaz de mucho con un pequeño botecito de vitriolo, o de bilis, o de cual sea la sustancia (líquida o sólida) que estimule mi voracidad, casi insaciable, de encontrar a quien culpar ya no de mis males sino los del planeta entero. Así que, enfermera, haga pasar al siguiente.Que son el resto de los norteamericanos a los que no les ha dado la gana ver Treme. Porque con esos estoy muy cabreado: sí, son cientos de millones, pero igual si me dan tiempo y herramientas de planificación tengo tiempo para todos. Pues esos son los que no ven Treme, que se ha quedado con una audiencia media de poco más de medio millón en su tercera temporada, cosa que, supongo, ha tensado la cuerda de HBO hasta un nivel difícil de gestionar. Con lo cual se ha instado a sus productores a resolver la serie en una cuarta temporada de duración indeterminada, pero que, estimo, va a ser breve, cuando la tercera ha sido de diez episodios. Bastante será si les dejan hacer cuatro capítulos stándard y una final de una horita y media. No sé, como me comporto a veces como un niño pataleando, si yo fuese Simon y les diría pues ahí está: estas series no acaban. Simplemente dejas de poner la cámara y ya está: la vida sigue y la muerte sigue. Sobre todo lo segundo, no os quepa duda. Así que pondría un montón de tickboxes con "No sé" a las preguntas de si la chef sexy aguantará tantas tonterías a las que el entramado empresarial la está sometiendo, si el músico con tendencias tóxicomanas resolverá su filia por los rasgos orientales o si el gran jefe Lambreaux sucumbirá al linfoma. Para qué: en las series de David Simon las cosas no van de éso, de si se casan o mueren o triunfan o fracasan. Va de seres vivos (demasiados, seguro, en Treme la enorme coralidad de la serie es un severo test para los acostumbrados a las sitcom que se desarrollan con tres tipos en un apartamento y, a lo sumo, gente que entra y sale) y de sus relaciones y parece ir, porque seguramente nunca lo sabremos, de como esas relaciones acaban confluyendo para que esas personas diverjan y converjan. Fue así en The Wire, y la onda expansiva tardó (tarda: no para de crecer) años en hacer entender a la gente que ciertas series no son para ser gustadas ni para ser vividas.A la altura del octavo capítulo de la tercera temporada, yo ya huelo a mar y siento calma chicha cuando veo las paredes afectadas por las inundaciones de la soberbia presentación. Cuando veo esas imágenes, de desgracia y desolación, acompañadas de la canción de créditos: alegre, festiva, optimista. Esa secuencia de créditos iniciales, magnífica, es mi efecto Pavlov. Lo que viene detrás no siempre es agradable, no siempre es pura fascinación: a veces es el retrato de la pura rutina en cámara psíquicamente fija. Me da igual: no echaré las cuentas, y medio millón son muchos, también. Pero los otros son unos cabrones.