Resulta por lo menos curioso, que el mismo día con seis años de diferencia, haya unido a dos de los más grandes escritores latinoamericanos. Un 30 de mayo, en Santo Domingo, República Dominicana, el sanguinario sátrapa, que durante tres décadas sometió a su país a un régimen esperpéntico y feroz, fue víctima de las balas que el mismo había sembrado. Trujillo, “El Chivo”, era acribillado a balazos a manos de un grupo de conjurados de la oposición. Aquel mismo día, pero seis años más tarde, Gabriel García Márquez, publicaba su opus magnum: Cien Años de Soledad, por obra y gracia de la Editorial Sudamericana, de Buenos Aires. Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento de las imprentas, García Márquez diría al ver salir del horno la novela del genial escritor peruano Mario Vargas Llosa, La Fiesta del Chivo, que «eso no se le hace a un viejo como yo».
Empezando el siglo veintiuno, el cuarto de hora de Gabo no ha pasado. Parece que todavía no lo hace. Su novela más conspicua, sobre la que se han hecho innumerables análisis, no termina de disipar la conmoción que produjo su nacimiento, un día como hoy, en 1967. Prácticamente desde El Quijote, ninguna novela en lengua española produjo tanto alboroto en todo el mundo. Casi de inmediato, ambas obras, empezaron a traducirse a la totalidad de las lenguas vernáculas de su tiempo. Hoy puede leerse El Quijote en chino, búlgaro, ruso, alemán, inglés, árabe, coreano, incluso, se proyecta su traducción al pashtu afgano y al sosso africano. Por su parte Cien Años de Soledad, ha sido traducida a treinta y seis lenguas, incluyendo el polaco, serbocroata, hasta los abstrusos wuayuunaiki ―lengua de los wuayuu― y esperanto.
Sin embargo, en la historia de esta célebre novela, también puede hallarse el rastro del recuerdo amargo de una época de estrecheces crematísticas, que por poco hacen naufragar a su autor en la redacción de la obra. Incluso el automóvil, el mismo en el que dice García Márquez, tuvo su epifanía definitiva para escribir Cien Años de Soledad, fue a dar al monte de piedad para resolver las carencias derivadas de las labores para llevarla a su punto final. Cuando consiguió darle forma, llevó junto a su mujer, Mercedes Barcha, la novela a la oficina de correos. La premura hizo que enviara a Argentina la segunda mitad y olvidara la primera con su archiconocido comienzo: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo», para después. Una vez que fue publicada, la fama del futuro Nobel de Literatura de Colombia, crecería como la espuma. Tomás Eloy Martínez cuenta en una nota, como durante un encuentro con la pareja García-Barcha en Buenos Aires, mientras estaban esperando el inicio de cierta obra de teatro, el auditorio en pleno empezó a ovacionar al escritor de Aracataca. Era tal el furor que hasta las amas de casa, llevaban en sus paquetes de mercado, un ejemplar de la novela. El concierto verbal y poético de Cien Años de Soledad apenas lleva medio siglo; habrá que esperar otros cuatro, para que sepamos si la obra del hijo del telegrafista de Aracataca, soporta como la de Cervantes, la prueba más difícil de todas, la del tiempo.