Javier Sánchez Menéndez.Mediodía en Kensington Park.La Isla de Siltolá. Sevilla, 2015.
Dónde está el centro del mar? / Por qué no van allí las olas?, escribía Neruda en El libro de las preguntas.
Recuerdo esos dos versos mientras leo Mediodía en Kensington Park, de Javier Sánchez Menéndez, que publica La Isla de Siltolá en su colección Tierra.
Y es que, a diferencia del bosque o del parque, el mar no tiene centro. Un centro donde confluyen el pasado y el presente, lo interior y lo exterior, la realidad y el deseo. Un centro que está donde la armonía de la palabra y la verdad de la poesía, el resultado de una búsqueda sostenida a lo largo de los treinta poemas en prosa de ritmo alejandrino que culminan en el mediodía –otro centro- de Kensington Park, en Por el centro del parque, el último poema del libro, su cima y su centro:
Siempre es mediodía en Kensington Park. Suele ocurrir de noche. La duna va avanzando por el centro del parque.
La duna es la poesía, acababa de decir el poeta un momento antes. Y un poco antes aún: El poema es un sueño que empieza en mediodía.
Centro y mediodía. Espacio y tiempo. De Moguer a Londres, de Cádiz a Bloomsbury House, del paraíso perdido de la infancia a una madurez que habita en lo extraño, en lo ajeno y lo inarmónico, en un caos desde el que la escritura hace su personal big bang hacia ese otro centro que es el mediodía.
Y el poeta viaja al centro de sí mismo con la luz congelada del instante a la vez irrepetible y eterno en este libro de búsquedas y viajes interiores. Un libro en el que coexisten la angustia y el mar imaginario, una nube con forma de poema y un pájaro de hielo, la verdad y su veneno, la materia de los sueños y la incertidumbre de las tardes blancas, los pájaros legibles y la esencia de la existencia.
Es la cuarta de las diez entregas del proyecto de obra en marcha que Javier Sánchez Menéndez titula Fábula. Por eso están aquí las nubes, los pájaros, los árboles y el bosque y un parque donde amanecía que habitaban las páginas de Libre de la tormenta, la entrega anterior.
Y entre la luz y la sombra, entre su sombra propia y su luz conseguida, el poeta tiene para este viaje sus brújulas y sus iluminaciones en el magisterio centenario de Nicanor Parra, en la claridad celeste de Claudio Rodríguez o en la sombra fecunda de Luis Rosales.
Con una intensidad creciente, atraviesa estas páginas la emoción de una prosa tallada con suave cadencia alejandrina, de unas palabras que convoca la transparencia de la armonía y la luz de la mirada, el cansancio del mundo y la búsqueda del centro en un claro del bosque de María Zambrano, donde Rilke –otro maestro del sondeo en lo diáfano desde lo oscuro- reposa en sus palabras de luz y de silencio:
Siempre es mediodía en Kensington Park. No me aparto del centro para seguir tan vivo. Sentado en ese banco te esperaré sonriendo, mientras duren los tiempos podré amarte desnudo, sin nada entre las manos más que un libro de Parra y una rosa amarilla que en Londres he buscado.
Santos Domínguez