Meditación sobre el concepto

Por David Porcel
Vale la pena reparar en la extraña singularidad del concepto. Es fácil ver la relación de semejanza que existe entre la impresión y la cosa percibida, contrariamente a como ocurre entre el concepto y la cosa, cuya relación es más difícil de determinar. ¿Qué tiene el concepto de caballo que asemeje a la naturaleza de cualquier caballo? Se ha tratado de explicar esta singular relación ateniéndose al acto de visión: El acto de ver, la visión de cualquier caballo originaría la imagen de 'caballo' que ya dispondría de aquellos aspectos compartidos por todos los caballos. Al concepto le restaría fijar dichos aspectos en el término. Pero esta concepción, por la cual la visión fundamenta la conceptualización, yerra si consideramos que el acto de ver es ya un acto de conocer. Porque, ¿podemos distinguir - o siquiera ver - un caballo sin reconocer que esa cosa es un caballo?, ¿podemos relacionarnos con las cosas del mundo sin conocer lo que ya son?, ¿no es el concepto el fundamento de la visión?
Entonces, podemos aventurar que convivimos con entes que no sólo están ahí, ocupando un lugar y un tiempo, sino que son algo determinado, fijado en la definición. Considerando, en este sentido, que la definición se identifica con lo que la cosa es, podemos suponer, contra el sentido común, que necesitamos contar con los conceptos, más que con cualquier otro instrumento, para poder convivir y relacionarnos con las cosas del mundo, cuando menos, para poder reconocerlas, nombrarlas u organizarlas. Igualmente, suponemos, hemos de contar con el lenguaje para integrar las cosas - en tanto que son - en un sistema organizado, acercándolas unas a otras, pero a la vez delimitándolas para que no se confundan y aniquilen.
Jamás nos dará el concepto lo que nos da la impresión, a saber: la carne de las cosas. Pero esto no obedece a una insuficiencia del concepto, sino a que el concepto no pretende tal oficio. Jamás nos dará la impresión lo que nos da el concepto, a saber: la forma, el sentido físico y moral de las cosas. De suerte que, si devolvemos a la palabra percepción su valor etimológico - donde se alude a coger, apresar - el concepto será el verdadero instrumento u órgano de la percepción y apresamiento de las cosas. Agota, pues, su misión y su esencia, con ser no una nueva cosa, sino un órgano o aparato para la posesión de las cosas. (Ortega y Gasset, Meditaciones del Quijote)