Me he encontrado con un artículo del siempre incisivo Joan Buades, de la ONG española Albasud, que alerta sobre la necesidad de potenciar tanto la investigación académica como la acción social en favor de un decrecimiento del turismo de masas en la cuenca mediterránea. Buades se pregunta si podría el cambio climático convertirse en un enemigo letal para la primera región turística del mundo.
- Crédito Fotografía: Costa de Alicante. Fotografía de mati-hari (bajo una icencia Creative Commons en Flickr).
A pocas semanas del inicio de la nueva ronda de negociaciones climáticas globales (a celebrar enDurban, Sudáfrica), vale la pena fijarse en el no-lugar del futuro del Mediterráneo en la discusión. Porque la cuenca mediterránea es la principal piscina del mundo, con una recepción turística que bordea un tercio de todo el sector a nivel mundial. Y, simultáneamente, la región constituye la frontera Norte-Sur más explosiva y extensa del Planeta junto a la del Río Bravo entre México y EEUU.
Con la desindustrialización de áreas como Cataluña o el centro-norte de Italia y la crisis económica actual, y debido a su clima templado y soleado y la falta de requerimiento de grandes inversiones en formación laboral y de capital local en grandes empresas, el turismo se ha convertido en prácticamente la única apuesta común de todos los estados ribereños. Consideradas estado por estado, las proyecciones hablan de un futuro turístico de oro en el Magreb, en Turquía y de un mantenimiento al alza en número de turistas en regiones maduras como las costas catalanas, de la Provenza o griegas. Ahora bien, cuando prestamos atención a cuáles son las previsiones de impacto del cambio climático en la cuenca, este optimismo económico pierde toda su brillo y plantea interrogantes sistémicos, el principal es: ¿podría el cambio climático convertirse en un enemigo letal para la primera región turística del mundo?
El primer dato inquietante lo da la propia OMT cuando afirma que el Mediterráneo será una de las regiones del Planeta que sufrirá un calentamiento más extremo, superior a la media:
Finalmente, el IPCC habla de un incremento moderado del nivel del mar, que alcanza un rango de entre +18 y +58 cm en la cuenca durante el siglo 21. El problema es que la previsión es muy poco creíble porque deja, deliberadamente, de parte del aumento que derivaría, si todo sigue como hasta ahora, de la fundición de los glaciares alpinos y, sobre todo, del Ártico y buena parte de la Antártida. Según el muy prestigioso IDDRI, sostenido por el gobierno francés, si tuviéramos en cuenta estos factores, la crecida de la cota litoral estaría más cerca de un metro que del medio metro, con la evidente consecuencia de que buena parte de las playas más emblemáticas del Mediterráneo podrían desaparecer durante el presente siglo. Desgraciadamente, estas “externalidades negativas” del cambio climático en la productiva mina turística mediterránea (donde las grandes corporaciones se hacen de oro a base de convertir dinero negro y capital especulativo en resortes litorales) no han merecido hasta ahora la atención ni de la investigación universitaria ni de las autoridades competentes. No encontramos rastro de estos estudios ni de los escenarios probables que describen en los grandes medios, ni parecen importar a economistas y los departamentos de Responsabilidad Social Corporativa de las transnacionales turísticas y aéreas. Ustedes perdonen pero eso del impacto del cambio climático en el Mediterráneo es tan colosal y lleno de amenazas para la principal forma de ganarse el pan en las riberas del principal destino turístico del mundo que quizás es hora de decir que ya es suficiente. Y empezar a indignarse ante tanta ceguera climática e insensibilidad social para empezar a pensar en exigir una transición rápida hacia un decrecimiento del turismo de masas en la cuenca y en favor de la protección de las zonas más vulnerables en el litoral, no sólo de su biodiversidad sino también de las comunidades humanas costeras más afectadas. No sea que en pocas décadas, el norte de Europa empezara a viajar a las playas británicas o del Báltico y evitasen pisar las playas de un Mediterráneo sahariano donde la exposición al sol en pleno verano fuera peligrosa como ya lo es en áreas australes en Oceanía o el cono sur latinoamericano.