Medusa es un restaurante de reciente creación que ha llegado a Madrid y, tal y como apunta, tiene pinta de que es para quedarse. Hoy os enseñamos y comentamos nuestra experiencia en este coqueto restaurante que tiene como jefe de cocina a Alberto Vara Zamorano, que ha trabajado con chefs como Quique Dacosta, Abraham García, Sergi Arola y lleva sobre sí una amplia experiencia en diferentes tipo de cocina. Y como Jefe de Sala a Luis Nájera Zamorano, también con un pasado con Quique Dacosta, o en Diverxo, entre otros. En nuestra visita, el jefe de sala no estaba. En su lugar otros miembros del equipo del restaurante nos atendieron con total profesionalidad y amabilidad (perdonadnos, porque os teníamos que haber preguntado vuestros nombres y no lo hicimos, muy mal, por nuestra parte).
Para llegar a este lugar hay que ir hasta la Calle del Barco 27, en el barrio de Malasaña. Está muy cerca de otro local del que os hablamos recientemente, Navaja Restaurante.
Pero hoy, el protagonista es Medusa. Llegar a Malasaña un domingo en coche desde la hora del aperitivo a la de la comida no es sencillo. Nosotros llegamos tarde y prometo que sufrimos y nos tensionamos hasta el infinito y más allá.
Teníamos mesa reservada a las 14:30. Un minuto antes de la hora les llamamos para decirles los problemas de tráfico con los que nos encontramos (parecemos nuevos). Comentaros a futuros visitantes que vayáis en coche, que hay un aparcamiento en la misma Calle del Barco, pero que no debe de ser muy grande, el domingo de nuestra visita estaba completo. Lo cierto es que entre unas cosas y otras, tuvimos un retraso enorme. Nos recibieron con una amplia sonrisa y sin reproches, algo que agradecemos, porque de verdad lo pasamos fatal.
Al llegar al restaurante nos encontramos con un local de reducidas dimensiones con una apariencia informal pero, a la vez, con detalles muy cuidados. Bonito suelo, mesas de madera, algunas piezas de mobiliario de diseño industrial. Un estilo ecléctico que sin ser especialmente cálido, de alguna manera. generan un ambiente muy agradable. De forma global, podemos decir que lo que viene a ser la combinación de vajilla y cubertería que pudimos disfrutar durante todo el menú nos cautivó. Original, bonita… ¡mucho gusto hay por Medusa y se nota especialmente en los pequeños detalles!
En Medusa en estos momentos se puede disfrutar exclusivamente de menús degustación. Nos han comentado que se está barajando alguna nueva opción pero, de momento, esto les funciona bien.
Hay dos menús, uno largo y otro corto. Nosotros reservamos el largo, pero llegamos muy tarde y en principio nos dijeron que debería ser el corto. Lo entendimos perfectamente y nos pareció, además, muy razonable. Pero en apenas unos minutos llegaron para decirnos que si queríamos nos ofrecían el largo. La verdad es que ya dudamos, nos sentíamos mal cogiendo esa opción sabiendo que retrasaríamos el horario del restaurante, pero al final eligieron ellos por nosotros, para evitarnos los problemas de conciencia. ¡Menú largo para dos!
El menú largo consta de ocho platos más dos postres. El corto, si no nos equivocamos, son seis platos más un postre. Primer menú 50 euros, IVA incluido y el segundo algo menos de 39 euros (IVA incluido). Ambos sin bebidas.
Y a partir de este punto, pasamos a enseñaros los platos que componían nuestro menú sin dejaros demasiadas explicaciones acerca de ellos, dado que nos sentimos totalmente incapaces de reproducirlos. Y además, esto quién lo tiene que contar bien contado, es el equipo de Medusa y no nosotros que simplemente somos los que los disfrutamos.
Antes de comenzar nos preguntaron si teníamos intolerancias alimenticias o algo que realmente no nos gustara. Negativo para ambas preguntas. Realmente ambos podemos tener alguna u otra cosa que no nos guste pero estamos abiertos a las sorpresas y nuevas oportunidades para todos los productos.
Antes de elegir la bebida sí que les preguntamos. Teníamos que elegir un vino y al no saber qué íbamos a comer nos debatíamos entre tinto y blanco. Hicimos una elección que en ese momento no estaba en carta y acabamos probando un blanco de Madrid, Navaherreros. Estuvo bien, sin ser la conquista de nuestros corazones, acompañó muy bien la comida.
El restaurante hoy por hoy no tiene carta de platos, pero sí de vinos. Una carta elaborada a mano que nos pareció, a parte de bonita, muy original.
¡Que empiece la fiesta!
Mientras nos servían las bebidas llegaba el Wantan con una salsita para ir abriendo boca.
A continuación llegó el primero de los platos, por lo que nos comentaron, recién introducido en carta. Es una especie de espuma sobre la que no vamos a dejar muchas pistas para no influir mucho en las opiniones si alguno os animáis a ir. Podemos decir que es como meterte en textura suave y templada con el sabor de un fuet en la boca… A nosotros nos parece un plato arriesgado y probablemente el que menos nos convenció de todo el menú.
El siguiente en llegar es un Vitello Tonnatto. El Vittello Tonatto es una preparación clásica italiana de la región de Piamonte que se compone tradicionalmente de Vitello, que es ternera, y Tonatto que es una salsa de atún. Aquí la receta está adaptada y aunque se presenta con el formato de roast beef de la original, la carne quizá sea algo diferente a lo esperado. Y hasta aquí podemos leer… ¡No se puede desvelar todo! Lleva además una cebolla cocinada con miel, unos toques de naranja en un curry rojo y la salsa, a parte de atún, lleva anchoas y alcaparras. Un plato que nos pareció curioso y diferente.
Somos amantes de los ceviches y, para nuestra suerte, ese era el siguiente plato. Un ceviche de corvina que realmente nos gustó muchísimo. Hemos probado bastantes en diferentes lugares. Esté es muy suave, quizá para otros pudiera serlo demasiado, pero nosotros lo sentimos muy equilibrado. Ligero en picante y bastante cítrico. La presentación es divertida. Campana sobre el plato con el humo dentro. Al abrirla impregna el local de ese aroma que siente uno cuando pasea por los pueblos del sierra en invierno, a leña. Eso sí, al ceviche en boca, toque ahumado no le queda. Tampoco le hacía falta. ¡Buenísimo!.
El paladar se va calentando…
Llega el arroz. Un arroz preparado en un caldo elaborado con 48 horas de cocción. ¿Ingrediente protagonista junto con el arroz del plato? El cordero. Una bomba de sabor en la boca. Suave al tacto, fuerte al sabor y en su punto de cocción. Para mí quizá excesivamente sabroso, para el que no escribe, a pesar de considerarlo muy sabroso le encantó. La verdad que el sabor era potente e intenso. Esos sabores que tras tragar te dejan un buen rato paladeando. El cordero va desmigado en el interior y queda prácticamente imperceptible. Sobre él, unas crestas confitadas que nos encantaron y creemos que le iba al plato de maravilla, con el toque gelatinoso y más suave que las caracteriza.
Con la boca en plena explosión llega la siguiente elaboración. Esta está inspirada en una receta tradicional de origen alicantino, Figatells. La apariencia es una especie de hamburguesita pero a la que se le ha dado un giro en relación a los ingredientes de la receta “de siempre”. En este caso pan, leche, sepia, encima una picadita. Unas setas, un falso fideo. Sería el segundo plato que menos nos convenció. En conjunto era algo que estaba bueno, pero no nos resaltó nada concreto. Lo mejor la picadita que tenía por encima.
Siguiente. Nos llega un lomo de caballa a nuestra mesa, marcada y con unos frutos secos por encima. Con un sifón terminan de emplatar con una espuma de zanahoria anisada. La espuma me la podía haber tomado a cucharadas. Nos pareció finísima, suave, rica rica. La caballa, por sí sola, estaba en su punto y buena también. Nos gusta la caballa. Juntos los elementos creemos que pierden ambos. Es decir, todo lo del plato estaba riquísimo, pero no apetecía mezclarlo. Apreciación personal de dos ignorantes de la vida de paladar caprichoso…
Aun saboreando la crema de zanahoria nos llega el siguiente plato. Pescado de nuevo.
Salmón. En esta ocasión sí que, para nuestra opinión, los ingredientes hacían un equipo perfecto. El lomo del salmón, con la salsa de yogur en la base, el nabo encurtido por encima era algo que apetecía mucho comer. Por supuesto, qué decir de la presentación. Nos encantó, color y elegancia.
Se va acercando el final, el que no escribe lo va llevando muy bien, yo un par de platos atrás empecé a sentirme un poco llena, pero por alguna razón cuando llegamos al último plato salado vuelvo a notarme “en forma” (me preocupa este buen comer no me va a traer nada bueno).
El último plato se convierte en mi favorito en el momento en el que toca el primer bocadito el paladar. No hay vuelta atrás, muy impresionantes tendrían que ser los postres posteriores para que ganaran al plato que nos llegó. Pichón con Noodles y esferificaciones de cereza. La carne en su punto exacto, el sabor de la salsa que terminan de emplatar en mesa, junto con las esferificaciones, es tan buena... En ese momento me dicen que me ponen un platito más y me lo habría tomado. Gula, lo llaman, que no hambre. Buenísimo, de verdad.
Los platos durante toda la comida vinieron a la velocidad justa. Sin esperas y sin prisas, algo que se agradece siempre. Más aún en menús largos como estos, en los que una espera más larga de lo deseable puede cargarse la experiencia.
Antes de los postres nos ofrecen un cocktail que pretende limpiar nuestro paladar de esa mezcla de sabores que durante más de hora y algo estábamos disfrutando. Un cocktail refrescante de sabor muy agradable. Ahora mismo solo puedo recordar uno de sus ingredientes, la flor eléctrica. Antes de beberlo nos advierten de la sensación que puede ocasionar y, en esa presentación tan original, damos el primer sorbo con un poquito de reparo… El segundo lo hacemos de tirón casi.
La Flor Eléctrica genera, al cabo de unos segundos de beber, una sensación similar al acorchamiento o adormecimiento de la boca o lengua. Como cuando te está desapareciendo la anestesia del dentista. Pero es un efecto muy sutil (en las cantidades que lleva la bebida, claro) y el sabor del cocktail muy equilibrado y rico. Para cuando llegó el primer postre nos habíamos reseteado gustativamente de todo lo anterior.
Estábamos ya tan animados al final de la comida, que os tenemos que resumir mucho la presentación de los postres. Pero antes de enseñároslos os diremos que cada uno de nosotros tenemos uno preferido, así que enhorabuena a la responsable, porque nos ha atrapado a los dos. El que no escribe se queda con el segundo y yo con el primero. Para gustos sabores y colores…
El primer postre tiene como ingrediente protagonista el mango, pero no está solo en la actuación, le acompaña la manzana, la lima y el curry. Un postre suave, delicado, muy agradable de comer. Nada dulzón… Elaborado y presentado de forma muy fina ¡Me encantó!
El siguiente postre era un brownie de chocolate. Volvemos a resaltar la presentación del mismo. Estaba muy bueno, sabor a brownie y perfecto para terminar esta comida llena de descubrimientos.
Pasamos del café, ya eran casi las horas de merendar. Aunque sucumbimos a un maxi chupito o una mini copa de Bayleys, según se mire. En nuestro caso el cubierto por persona de media ascendió a un poco más de 60 euros persona.
Y así, de golpe, es como se convierte la tarde amenazante de un domingo, en la tarde de sonrisas de un domingo, donde el lunes no se te pasa por la mente (hasta que llegan las 10 de la noche, que comer es mágico pero no tiene efectos eternos).
Medusa lleva muy poquito tiempo por aquí, pero como os decíamos al comienzo, tiene muchos puntos para ser de los que se quedan. Un lugar bonito, íntimo, con una decoración y detalles cuidados. Un ambiente informal pero muy profesional. Buena atención. Menú largo, menú corto. Platos que podrán gustar unos más o quizá otros menos, pero que desde luego en algunos casos pretenden dar una vuelta a algunas preparaciones tradicionales, en otros buscar nuevos sabores, crear... Cocina cuidada que no deja sus elaboraciones al azar. ¿Te gusta comer? ¿Te gusta que te sorprendan? Quizá entonces deberías dejar, como nosotros, que lo primero que “te pique” de Medusa sea la curiosidad…
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